Nueva oportunidad para renovar nuestro amor

Por los restos fósiles conocemos algo de su proceso y de su lento acercamiento a nuestra característica propia como humanos. La mayoría de esos humanoides, se tiene constancia, que se conocieron entre sí y que hasta se unieron coitalmente y pudieron tener hijos y desaparecieron.

Cuando Dios lo quiso, puso fin a esa evolución y cuando él ya vio conformado el cuerpo del humanoide, como fue su prístina idea, expresó sobre ese cuerpo aquella expresión que nos dio a luz: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, y así de humanoides fuimos transformados en humanos, con las características del humano: espiritual, inmortal y eterno con una inteligencia creadora poderosa y una voluntad genial dispuesta libremente para el progreso y el desarrollo.

Y desde aquel instante, bendito por demás, aparecimos varón y mujer. Humanos ciento por ciento, iguales y distintos. El varón fue consciente de la humanidad de su mujer y la mujer fue plenamente consciente de la humanidad de su varón. Fueron conscientes de su destino del uno para el otro. El no será sin ella y ella no será sin él. Los dos iniciaron su proyecto humano, con los instrumentos dados por su Dios y creador, pero con la suficiente libertad para hacer, por ellos mismos, su existencia presente y futura.

Gracias al estudio de la sicología, de la pedagogía, de la antropología, de la teología, de la sociología y otras ciencias afines, sabemos que el varón para poder ser varón en plenitud, necesita tener un 70% de varón y 30% de fémina y que la mujer para ser mujer en plenitud necesita de un 70% de fémina y un 30 % de varón. Si no fuera así su relación y entendimiento nunca llegaría a buen destino.

Nadie sabe lo que no tiene hasta que no lo descubre. Así el varón puede entrar en el ser de su mujer y ella en el ser del varón, por eso Dios lo confirmó diciendo: “serán los dos una sola carne”. El, metido en la carne de ella y ella metida en la carne de él. Es decir una unidad de cuerpo, de alma, de vida, de corazón. Fueron hechos el uno para el otro. Cada uno es complemento del otro. Desde este análisis, podemos entonces volver a nuestro discurso inicial, acerca de la feminidad y de la masculinidad de Dios.

Dios en su soberano y esplendoroso ser, no podemos decir que es masculino y femenino a la vez, pues es impensable que fuera neutro. Dios es, con mayúscula, DIOS. En Dios no hay compostura de diversos, él es trino, pero UNO, solo uno y nada más; y desde esta unidad intrínseca a su ser mismo, al proyectarse intrínsecamente hace posible que lo diverso se manifieste, y así en nosotros la unidad de Dios, se manifiesta siendo varón y mujer.

Dios es la perfección absoluta, belleza absoluta, sabiduría absoluta, existencia absoluta y desde esa exuberante existencia aparece lo diverso y distinto.

Es como la tierra, ella es lo que es: tierra, no obstante, de ella, las semillas, cada semilla en particular, extrae lo necesario para subsistir y así brota cada especie vegetal.

La tierra sigue siendo la misma, pero dando origen a la diversidad de la flora. Así desde esta perspectiva, sí que podemos decir que Dios posee en sí sin diferencia ni distinción las cualidades masculinas y femeninas, de esta forma el varón se alegra en Dios varón y la mujer es feliz en Dios mujer, y los dos se encuentran en la unidad de su humanidad.

Los teólogos y grandes escritores de todos los tiempos han meditado la Sagrada Escritura deduciendo lo varón y lo femenino de Dios y al profundizar en la teología mariológica, o sea el estudio académico de la persona de la Virgen María, sacan esta conclusión: la Virgen María es una de las expresiones más felices de la feminidad de Dios. De aquí que, al concederle la gracia de la inmaculada en su concepción, la hace mucho más parecida a Él en su profundísima santidad; así deducimos que la santidad de Dios es la santidad de María heredada.

Dios y Ella se hacen expresión de la santidad a la que estamos llamados los varones y están llamadas las mujeres. Estos saludables pensamientos, hacen que nuestra devoción a nuestra dulce y santa Madre la Virgen de los Remedios, llegue a su auténtico destino, es decir, que la devoción y el amor a la Virgen se transforme en santidad varonil y en santidad femenina.

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