Irremediablemente la historia de La Guajira y la historia de los capuchinos van a la par. Nacieron distintos pero la geografía los unió. Nuestra cultura wayuú, tiene más de 10.000 años de existencia y son fruto del desplazamiento de culturas mayores procedentes de lo que hoy es Centro América. Son genuinos caribes que se adaptaron de forma singular al desierto y de dónde se dice, no se produce nada, la cultura wayuú se ha mantenido por siglos idéntica a sí misma, aunque en nuestros días parece tener un grave deterioro en los jóvenes quienes se van apartando de la pureza de su raza.
Y a esa cultura milenaria se adjuntó a su tronco como injerto la cultura religiosa de los capuchinos, quienes empezaron su andadura desértica desde los lejanos tiempos en 1670, cuando por Cartagena llegaron desde España a dedicarse a la llamada “misión de Santa Marta” que se extendía desde el río Magdalena hasta la ciudad de Maracaibo y Caracas.
Los capuchinos valencianos españoles, se centraron en la comunidad étnica de los chimillas y desplazándose evangelizadoramente, conocieron la existencia de los wayuú en la península guajira. Aunque tenían conocimiento de que eran aguerridos y poco accesibles a compartir su tierra y cultura, se sirvieron de intérpretes para acercarse lenta y prudentemente, haciendo ver a los nativos que los frailes, a pesar de ser blancos, no tenían los intereses de los colonizadores y comerciantes, sino que simplemente querían compartir su compañía. No fue fácil y sufrieron en carne propia su agresividad. Más de un fraile fue abatido por el rechazo cultural y dieron sus cuerpos a la sepultura. No obstante, con la perseverancia humilde de los frailes, pudieron ir penetrando en la familiaridad indígena, quienes supieron distinguir entre los frailes y los otros blancos.
Esa cercana familiaridad facilitó la permanencia de los frailes por las sendas del árido desierto. Durante 160 años (1670 – 1830 y de 1884 en adelante) los frailes no hicieron otra cosa que compartir la convivencia, visitando a los nativos en sus rancherías y ofreciéndoles elementos que ellos necesitaban. Lograr la convivencia no fue color de rosa, al principio y para protección los frailes, por orden del gobernador, debían adentrarse en las rancherías con un séquito de soldados, mas, los frailes se dieron cuenta que era mejor la sencillez del evangelio que la violencia de las armas. Con valentía se alejaron de los servicios militares y utilizaron, según la poesía, el servicio sencillo y alegre de las sandalias.
Expulsados del territorio colombiano por el libertador Simón Bolívar, regresaron en 1884, requeridos por el presidente de la Nación y por el Arzobispo de Cartagena. La nueva presencia, recibió el alivio cultural de los 160 años de simple convivencia respetuosa. Y así a partir de 1900 los capuchinos valencianos bajo la dirección del Vicario Apostólico Monseñor Atanasio Soler y Royo, iniciaron el proyecto de educación para los wayuú. Los frailes procuraron la socialización de su iniciativa, hablando con los caciques, autoridades nativas en las rancherías. La idea, desde luego que no fue aceptada, para ellos era una irrupción en su forma de vivir. A pesar de ello los frailes iniciaron la construcción del internado con algunos pequeños, lo cual permitió el que los nativos entendieran la idea y se decidieran a apoyarla. El internado de Nazaret fue modelo para el de Siapana, para el de Pancho y para el de Aremasain y para otros. Los frailes entendieron y los wayuú captaron que la educación es básica para toda cultura y más cuando se trata de comunión y comunicación entre culturas. Aquellos heroicos comienzos se desarrollaron ampliamente ofreciendo el estudio a la amplitud geográfica de la península guajira.
Los resultados son generosos cuando plastificamos el éxito de los guajiros de hoy que gozan de la educación, profesionales en muchas ciencias y algunos son aventajadísimos y han podido captar hasta fama internacional.
Los internados han sido no solo estímulo académico, sino también fuente de orientación para el incremento de la agricultura, ampliación en el mantenimiento de animales y aun para la utilización del gas. Antes que la nación lo usara, los frailes de Nazaret utilizaron el gas extraído del excremento de los animales y las heces del humano para las cocinas. Y, desde luego, que la presencia de los frailes y sus continuos desplazamientos, originó la construcción de caminos y carreteras iniciando así la movilidad por el transporte, que es amplio en la baja Guajira, no así en el Alta Guajira, por y para protección de la etnia wayuú.
Ellos, los wayuú, son reacios a la construcción de carreteras por sentir que se daña su privacidad, que lo digan las continuas luchas de las comunidades con el tren del Cerrejón, a pesar de numerosos diálogos y contratos específicos. Todo desarrollo tiene su origen en actos iluminativos, en decisiones originales. El hoy académico y el desarrollo hubiera sido imposible sin los inicios de las sandalias capuchinas, por eso se les conoce con el título de los “Caterpillar de la educación y del desarrollo”. Lástima que la matriz original de los capuchinos, parece se haya extraviado en el hoy de esa presencia.