En la capital guajira, dos periodistas me preguntaban con cierta arrogancia y presunción que ¿con qué plata iba a aspirar la izquierda a la Cámara? Y concluían, ¡el que no tiene plata no gana! Pero los periodistas ignoraban en su supina maledicencia, la conclusión torticera de un régimen electoral profundamente viciado.
Ellos, -los periodistas- esgrimían, y sin proponérselo, una razón inocultable: las elecciones regionales, en específico, son un espectáculo sórdido, deplorable, inmoral, fétido, la relajación viva y mendaz de un mercado de conciencia antidemocrático.
En Venezuela, Guaidó, el títere de los titiriteros estadounidense, reclama bajo dictado de sus amos unas elecciones libres y creíbles, eso quiere decir: a imagen y semejanza de nuestras elecciones, donde impere el factor dinero, quien más dinero derroche como acá en La Guajira, ese, tendrá las opciones de ganar, sin mediar por parte del Estado ningún tipo de control e investigación de donde viene tanto dinero, pero todo el mundo presume su procedencia.
Los periodistas saben suficientemente que estos candidatos multicolores, con propuestas desfasadas, inútiles, genuflexos e invisibles en el accionar parlamentario, responden a los intereses del régimen, mas no, de la región que representan.
El trasfuguismo, hasta en los medios periodísticos se celebra como proeza, pero todo el mundo sabe a qué costo se efectúa tanta inmoralidad; el peligro de cada elección es que va incubando hasta en los niños estas prácticas nocivas. En los reinados o en las elecciones escolares ya se cuela la canonjía para ganar el favor del sufragio.
El régimen capitalista en materia electoral es por antonomasia, fraudulento, sin escrúpulo y deshonroso, la deshonra se ha convertido en una artimaña aceptable y plausible, son los prohombres de la sociedad. Las elecciones no son para nada un ejercicio democrático, bien se ha dicho que son una farsa a la que nos vemos en la imperiosa necesidad de participar para dejar al desnudo su naturaleza pueril y violenta. Las elecciones son un juego en el que los candidatos del régimen juegan con cartas marcadas, la triquiñuela es su ofensiva.
Estamos asistiendo a una subasta electoral, a ver quién da más, donde la deslealtad es un peligro latente hasta última hora, todos desconfían de todos; donde el elector no es más que una mercancía a la que en últimas no se le debe nada, no existe ningún tipo de compromiso con él. Las elecciones actuales no son ni caricatura, ni remedo de democracia.
Es la institucionalidad la que avienta esta práctica, de allí que la corrupción anida en nuestras instituciones, la corrupción es producto de ellas, por lo que la corrupción no es el punto central o nodal a combatir, es el cambio de institucionalidad, por eso los corruptos son defensores de la institucionalidad, por ejemplo: la justicia les favorece, las instituciones administrativas son de ellos, las castrenses le protegen, incluso, la institución religiosa les sirve porque les perdona los pecados.