El pasado 2 de febrero fue la conmemoración anual para reconocer la obra de aquellos y aquellas, religiosos y religiosas católicas, que optaron dedicar su vida al servicio de Cristo, de su iglesia y de los más necesitados. Deteniendo nuestra vista en la colectividad humana nos damos cuenta cómo se destacan hombres y mujeres en todas las ramas del saber y del hacer, que son los que ofrecen al resto de humanos sendas de desarrollo, de progreso.
De la misma forma, en el seno de la Iglesia Católica, varones y mujeres de gran profundidad en la fe, de rica vida espiritual, muy sensibles ante las necesidades humanas, han dado origen a congregaciones religiosas con finalidades muy concretas; éstos son a quienes se conocen como ‘fundadores’. Mediante la meditación en la lectura de la Sagrada Escritura, especialmente en los Santos Evangelios, han descubierto en Cristo ejemplo y llamadas especiales para dedicar su vida a valores evangélicos que son fuente de espiritualidad y de dinámica acción pastoral.
Así encontramos por ejemplo a un San Juan Bosco que desde el evangelio se dedica a la educación y formación de la juventud. Un San Pedro Claver que deduce de la contemplación del evangelio el servicio tan necesario a los esclavizados traídos desde África para ser vendidos como mercancía. Santa Laura Montoya, a quien el evangelio condujo a buscar, socorrer y promocionar a los indígenas. San Camilo de Lelis que descubre en el evangelio la necesidad de dedicar su vida al servicio de los enfermos. Y así como éstos, son innumerables los que desde el evangelio han dado origen a congregaciones religiosas, cada una con una espiritualidad evangélica específica y cada una con una actividad pastoral concreta.
Estos fundadores han sido polos de atracción para varones y mujeres, quienes estimulados por el ejemplo de aquel o aquella fundadora decidieron orientar su vida por el instituto fundado, y al igual que su fundador han vivido, viven y han muerto viviendo el carisma del fundador y dedicados a la acción apostólica iniciada por el fundador.
Estos miles de consagrados y consagradas están esparcidos por el globo terráqueo llevando el evangelio y auxiliando a los necesitados. Los institutos religiosos a los que pertenecen fueron reconocidos oficialmente por la Iglesia, a través de la aprobación del papa e insertos en las diócesis dirigidas por los obispos, quienes dan cabida a los religiosos y religiosas para que puedan vivir su vida consagrada dentro de su territorio episcopal. Ningún instituto religioso y ningún religioso individual, pueden vivir fuera del perímetro de las Diócesis. Todos, absolutamente todos, deben vivir su vida consagrada dentro de las estructuras de la Iglesia. Si llegaran a independizarse Roma automáticamente los descalifica.