Con Adrián Pablo nos enlaza el amor por el vallenato tradicional, la buena conversación, ya sea a las 5:00 de la madrugada, cuando todos duermen y nosotros nos levantamos y resolvemos la cepillada de dientes comiendo patilla para no atrasar la tertulia para dos, con guitarra en mano y violina en boca, cantando, bailando descalzos y escudriñando, entre otros compositores a Leandro Díaz, Carlos Huertas, Fredy Molina, Hernando Marín, Camilo Namén, Fernando Dangond, José Hernández Maestre, a nuestro amado Santa Durán, quienes según él dice: “Son mi columna vertebral. Me marcaron antes de componer mi primera canción”… E igual conversadita por teléfono dos horas, hablando del amor, del perdón, de la felicidad, del luto, del dolor, desembocando siempre en Dios y la eternidad. Nos une la añoranza devolver juntos aLa Peña a pegamos otra “prendía”.
Quiero hablarles del Adrián que Rafael Manjarrez describe como: “Buen tipo. Es un hombre supremamente talentoso. Tiene un umbral poético inusitado. Percibo que es tan impetuoso su ingenio y sus destellos de creación, que a veces pareciera que se le vuelven inconscientes e incontinentes, por la forma especial cómo se comporta. En fin, es como si la poesía para establecer su soberano imperio, se hubiera ensamblado en un hombre bueno”.
Tengo de la niñez de Adrián imágenes que me llegan en lontananza de un pelaito bonito, flaquito, fileño de cabellos rizados; correteando de un lado a otro en La Peña, dónde se le percibía feliz, dónde se sentía en familia.
– “Aunque mi relación con La Peña empieza mucho antes de yo tener uso de razón; tenía 6 meses cuando me llevaron por primera vez. Lo que en verdad recuerdo eranmis viajes a La Peña; me parecían maravillosos, el cariño de la gente, especialmente el de Paula, Masa, Borre, Maritza (la Cholo) me llenaba. Disfrutaba los circos que se hacían en la gallera, los viajes con Flore a la junta, cruzarme allá, al billar de tu mamá, de esos poco lugares donde había luz eléctrica, porque había una planta. Recuerdo cuando nos reuníamos a ver las novelas venezolanas en el televisor de batería y esas noches estrelladas que son paisaje permanente a mi corazón. Para mí estar en La Peña era un privilegio. Nos fuimos de San Juan cuando tenía 5 años y si hubo alguien a quien yo recordé de esos tiempos, fue al señor alto, moreno, de sombrero que manejaba un bus, que me sacaba a pasear, y mi papá, en Argentina me decía: “Compadre Flore”… Cuando regresé a los 9 años, me contaron, Diosa, Yayita, Kike, el mismo Flore algunos acontecimientos que pasaron en mi vida, cuando tenía 2, 3, 4 años y me aparecían en mi mente imágenes, que las crea la memoria, imposible que las recuerde. La anécdota más importante es la de un paseo al río; yo, cabe una casimba, enterré las chancleticas, cuando nos íbamos, no las conseguimos, mi mamá cuidándome que no me incara, me cargaba. Un muchacho apellido Urrutia, le limpió un pedazo en una ceiba y mi mamá con una navaja dibujo Eve y la silueta de mi pie. A los 12 años, fuimos a esa parte del río y me lo mostró Diosa, ahí estaba clarito. Muchos años después fui con mi hijo Pablo, y alcance a ver la E, un bracito de la v y de mi pie si había nada, pero yo sé que ahí lo hizo y aunque ya no esté, quedó aquí en la ceiba que guardo en mi corazón”.
Vi en ese momento, en este hombre cincuentón, el rostro del niño que perdió a su mamá a muy temprana edad; aferrado a un recuerdo de amor. Lloré al comprender que más que cualquier cosa lo que une el corazón de Adrián con La Peña y todo lo que tenga que ver con ella es la inmortal presencia de sus padres allí en ese lugar donde aún viven felices. Comprendí mejor la explicación que siempre me daba de lo que significa Nodo Sinoauricular, cada vez que me dice: “Yo tengo el corazón en San Juan y el Nodo Sinoauricular en La Peña”.
El como médico me explica científicamente: “El sistema central del Corazón, el Centro Bioeléctrico, que conecta con el sistema nervioso, que manda la señal al resto, tiene una particularidad y es que puede actuar desconectado del sistema nervioso central y sigue funcionando los año que tenga que funcionar. Por eso se puede hacer un trasplante de corazón y sigue viviendo en otra persona. Es como si el corazón tuviera otro corazoncito adentro, que tiene vida propia”. Entendí que el corazoncito que manda los impulsos a su corazón, es La Peña!! Seguí llorando y también, comprendí mejor cada palabra de La Ruta del Reencuentro. “…Recuerdo que en las vacaciones llegaba a’ onde Flore loco de contento… y en la ruta del reencuentro… allí nunca estaré solo porque están los que yo quiero…una ceiba inolvidable, porque allí grabo mi madre un día su nombre y el mío…”
Algo cambió en mi alma, ‘La ruta’, dejó de ser el himno del Festival de mi tierra, para convertirse en lo que es: la memoria de amor sublime de un ser magnífico, forjado en el fuego del dolor, de la perdida temprana; que encuentra en La Peña bálsamo de plenitud. Como dice Leo Bermúdez: La Peña para Adrián, es un Refugio Místico que representa su esencia cómo ser humano y la Ruta del Reencuentro, que es una obra de arte que toca la fibras del alma, del sentimiento.