El avance formidable de la ciencia, el tecnicismo que todo lo abarca y engulle, siendo valores contemporáneos que distinguen el hombre y marcan nuestra época totalmente novedosa, y que dejan atrás formas de vida milenarias y se dan por superadas; esos mismos valores, siendo por otra parte, necesarios e indispensables, inoculan en la humanidad la sensación de lo cambiante, de lo no permanente, de lo permanentemente superable.
Lo que hoy es, mañana puede no ser y lo que es, no lo es por su consistencia, sino solo por su utilidad. Lo útil depende de mis necesidades. Si yo satisfago mis necesidades, lo que es, se da por excluido. Desde esta perspectiva la vida no es. La honradez no es. El amor no es. Los valores no son. Cada humano es una apariencia que hoy está y mañana fallece. Qué más da vivir que morir.
La humanidad solo es un componente de individualidades que tropiezan existencialmente como sucede en los aeropuertos: se rozan y al mismo tiempo desaparecen. La violencia es la mejor opción pues los demás son un potencial enemigo. Aquí, sí que tiene todo su poder la afirmación de Hobbes, el filósofo: “el hombre es un lobo para el hombre”.
Esta es la razón y causa de los asesinatos en masa. Es la base de ideologías totalitarias. Es el escudo protector de los dictadores. Es el ocaso de la unidad familiar. Es la desaparición de lo sacro. Es la desestima del sistema legal. Es la agonía de la afectividad. Es la proliferación de la corrupción, o sea la descomposición del ser humano.
Frente a este agobiante relativismo que crispa, Jesús el Señor, ofrece su saludable pensamiento que refresca, alienta, transforma, consolida. En el evangelio de Marcos capítulo 11, versículo 24 Jesús nos dice: “por eso les digo que todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán”. Este criterio expresado desde el uso de la oración, como forma de acudir a Dios para obtener un beneficio, nos da las claves para desbaratar nuestro campeante relativismo. En primer lugar, nos propone una base sólida desde la que poder suplicar: la oración. Jesús la propone como una plataforma segura, desde ahí el hombre pide, ruega, suplica. El que suba a esta plataforma es porque confía y esta confianza aplaca, tranquiliza, ofrece horizonte de posibilidades.
Quien confía se valora a sí mismo y valora el apoyo que le ofrecen. La valoración deja de lado la gelatina del relativismo y ofrece la estabilidad de los fundamentos de la vida, desde los que se yergue el presente, el pasado y el futuro, puntos de referencia para caminar con seguridad. Entonces surge lo positivo de la filosofía de Ortega y Gasset: “yo y mis circunstancias”. Todos formamos un conjunto sólido en el que cada uno es necesario y cada uno depende vitalmente de los demás y esa dependencia no es desde el rechazo, sino desde la capacidad de aceptación del otro como parte necesaria de mi propia existencia.
A ese pegamento, entre todos, se llama gustosamente el afecto, el poderoso amor por el que doy y recibo. Jesús concluirá afirmando “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
El evangelista San Juan en una de sus cartas sacará la conclusión más esplendente: “Dios es amor”, es varita mágica que todo lo mejora, todo lo endulza. Si la creación procede de Dios, quiere decir, que todo es fruto y consecuencia del amor.
En el versículo de Marcos, Jesús añade: “crean que ya lo han conseguido”. Este “crean”, nos está enseñando la fuerza y el poder que tiene la criatura humana. Creer en sí mismo es apoyarse en su aprendizaje, en sus experiencias, en sus conquistas. Creer en sí mismo es creer en el pasado de donde viene, el presente que lo conforma y el futuro que lo programa. Creer en sí mismo, definitivamente, es creer en los demás. Desde esa fe son válidos sus principios, es válida su palabra. La palabra dada tiene la solidez de la verdad, la transparencia de la conciencia. Creer con firmeza es tener seguridad en la bondad de quien recibe mi plegaria. Es apertura al diálogo, o sea, el feliz entendimiento entre Dios y su criatura. Es reconocer la fragilidad de quien pide y la seguridad en quien se confía.
Jesús concluye su enseñanza diciendo: “y lo recibirán”. Es el fruto del diálogo: yo tengo lo que a ti te hace falta. La necesidad es la defensa interior para buscar lo que me hace falta. Sin la necesidad no hay búsqueda. La necesidad despierta la confianza. La necesidad descansa en la petición. La necesidad es la base de la propia construcción. Jesús, como auténtico Maestro, en esta frase evangélica, consignada por el evangelista Marcos nos enseña el valor de la persona, el valor de las relaciones. El valor de la comunicación. El valor de las realidades mundanas y espirituales. El valor de las ofertas del pasado. El valor de lo que se construye. El valor de la existencia de Dios que provee. Dios y hombre dos seres que se necesitan. Dios por la paternidad, el hombre por su filiación. Dios ama a su hijo, el hijo ama a su padre: “crean y se realizará”.