Cada vez que siento problemas de salud, la sensación es la misma, de soledad infinita, así este acompañado, siempre mi madre faltará, es un amor distinto, profundo, de connotaciones indescriptibles y pienso que si pudiera acompañarme mejorare muy pronto, pero no hay duda, desde el cielo guía y cuida cada uno de mis pasos.
Y también las manos de los médicos que me formulan está guiada por la suya porque sabe que debo estar en este mundo para hacer cumplir siempre su santa voluntad, sé que mejoraré porque tengo que continuar sus tareas inconclusas, entre otras la de dar de comer a mucha gente que no nada tiene, llevar consuelo a quienes lo necesitan y esperanza a quienes la han perdido, y que su casa en el pueblo siga siendo el lugar a donde nadie que llegue se vaya con las manos vacías, sin importar la animadversión gratuita de quienes no saben cómo nos criaron y todo lo que mis viejos hicieron por nuestro terruño, pero ven en cada una de nuestras gestiones para ayudar un chorro de limón en la herida de la envidia.
Era tan grande el amor de mi vieja por su vástago menor que para que asistiera a clases en mi escuela, le mandaba un papelito a la profesora advirtiéndole que no le pegara al Nene “porque él es muy nervioso”, desde luego era una orden de obligatorio cumplimiento, porque la penca para mí era una causal indiscutible de deserción escolar
Cuánto añoro aquellos tiempos cuando el olor del café en las primas noches anunciaba en mi casa que mi vieja tenía lista la bebida con su borra y el colador que le hacía Mercedes Quintero preparados en su anafe de hierro y al carbón, con el inconfundible olor a petróleo y palo quemado para llenar el termo por las mañanitas, era un olor embriagador, agradable, y evocador de la marca que le gustaba, “Café puro Almendra Tropical” de papeletas, las cuales iba guardando vacías en un pote, hasta cuando pasaba el furgón de esa empresa cambiándolas por utensilios de cocina, era divertido, traían platos peroles, tazas y termos que no se veían ni en televisión porque no teníamos televisor; para mi vieja el café era muy importante, decía que era su único vicio, pero también su permanente compañía en los momentos de angustia, que eran sucesivos por cierto, si no lo tomaba temprano le daba dolor de cabeza, y no usaba ni pocillos, ni tazas, lo hacía en un pote de Coctel de Frutas “Del monte” el cual quemaba, lo dejaba total mente negro en el fogón para que a nadie se le ocurriera tomar nada allí para que no le pegaran el catarro, el único que lo podía usar era su veje, más nadie.
Todos estos recuerdos han venido a mí en esta fecha especial, la verdad me siento triste, siento cada día más su ausencia, alguien alguna vez me dijo “Déjala ir” le dije, no es fácil cuando al ser querido lo llevamos en el alma, ¿cómo perder el deseo de abrazarla de nuevo?, ¿cómo se deja ir tan fácil a nuestra madre cuando abruptamente termina nuestra sentida relación de mutuo pechiche y complacencias? Es imposible, Dios me ha dado razones para el consuelo, pero no para la resignación eso es imposible, no hay en el cielo quien le dé el sobo con Alcoholado Glacial con el esmero que yo lo hacía, y nadie le cortara sus uñas como lo hacía yo, me hace mucha falta, y seguramente yo a ella también, ese dolor es incurable.