“Dejad que los muertos entierren a sus muertos”

La frase pronunciada por Jesús está dentro de un contexto vocacional. Jesús es consciente que vino para organizar la humanidad desde un replanteamiento totalmente novedoso.

Por tanto, tiene la entera libertad de organizarlo según sus propios criterios, sin tener en cuenta las prescripciones de la Torá en el Antiguo Testamento. Buscando el personal adecuado, determina que cada una de las personas que estarán a su lado para gobernar el nuevo pueblo de Dios no dependerán de la tribu sacerdotal de Leví, ni de la descendencia aarónica, según consta en las normas en el libro del Levítico y del Deuteronomio. De ahora en adelante, cada candidato será invitado directamente por la acción del Espíritu Santo. La respuesta del individuo será sometida a la acción formadora de la Iglesia, la cual, estudiado el individuo, lo acepta o lo rechaza. La aceptación supone la concesión del ministerio sacerdotal.

La persona a la cual Jesús llamó para formar parte de su grupo, puso como condición ir a despedirse de su padre. Jesús es radical en la propuesta. No. No debe ir. La invitación para formar parte del nuevo pueblo de Dios, está por encima de cualquier opción personal. Quien no se acomoda a esta exigencia, queda automáticamente fuera del grupo directivo de Jesús. Esta severa actitud de Jesús, nos llama poderosamente la atención, pues normalmente en su acción evangelizadora Jesús es más conciliador; pero aquí, Jesús quiere resaltar que su propuesta es muy válida y que sus valores son absorbentes; es decir, quien acepta este camino debe supeditar afectos, posesiones, riquezas, familia, otras profesiones; no obstante, el candidato no es presionado, se le muestra con claridad la nueva forma de vida, pero tiene la libertad suficiente para aceptar o no. Si no acepta se puede marchar y con la bendición de Dios puede elegir otro tipo de vida, pero a quien acepta, se le impele ser radical en el seguimiento de Jesús; a éste no se le permite ser gelatina, tiene que asumir hasta las últimas consecuencias.

El motivo de semejante radicalidad surge de la misión que asume el candidato. La misión de los seguidores de Jesús es presentar la nueva visión de la vida, no se puede vivir según los parámetros del mundo sino de la propuesta de Jesús. El mundo nacido de la autonomía de Adán en el paraíso, conduce a la sombra de la muerte, mientras que la propuesta de Jesús es vivir el reino de Dios que es vida y ésta eterna. El mundo y sus secuaces construyen la convivencia humana desde la división, las clases sociales, el dolor, la miseria, el enfrentamiento, la muerte. El Reino y sus seguidores están llamados a la eterna bienaventuranza, ganada por la vivencia del evangelio. Los sembradores de iniquidad viven las normas del maligno. He ahí las dos fuerzas: Dios y el maligno, con dos formas de existencia: la de los muertos y la de los vivos. La vida presiona al hombre a elegir a uno de estos dos señores, y a una de estas dos formas de existencia. El muerto es el carente de la gracia de Dios, a la que ha renunciado por y para vivir según los parámetros de la élite mundana. El vivo es el que, convertido, acepta la soberanía de Dios. Al final, cuando concluya el tiempo, los del maligno irán con él a su lugar de ignominia; los de Jesús serán invitados: “venid benditos de mi Padre al reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Según la frase de Jesús “dejad que los muertos entierren a sus muertos, tú, ven y sígueme”, manifiesta la fortísima actividad de los dos bandos. Los dos trabajan para fortalecer su pensamiento, sus objetivos. El de los muertos ofrece libertinaje, placer, disolución de normas, destrucción de la familia, aborto, eutanasia, inmoralidad, ambición, odio, venganza. El de los vivos ofrece amor, esperanza, alegría, justicia, autocontrol, paz, familia, fe. La lucha de poderes no excluye que los del bando de la muerte tengan acceso a la conversión; como también la tentación puede corromper al seguidor de Jesús. La lucha muestra un ejército permanente de vencedores y vencidos. Jesús sigue proponiendo. El maligno sigue tentando.

La propuesta de Jesús y la propuesta del maligno están servidas. El ser humano opta. La vida temporal es el escenario del “gran teatro del mundo”. Pasada la frontera del tiempo, se entra en el más allá. Para la gran mayoría de seres humanos y de culturas hasta el siglo XX, a ese más allá lo llamaron “el inframundo”, lugar donde residen los fallecidos y desde el que entrarán en contacto con la divinidad.  Después de Cristo a ese inframundo se llama eternidad, donde los que murieron gozan de la auténtica y verdadera vida y allí será el encuentro entre Dios Padre y sus criaturas, llegadas de la tribulación para gozar de la eterna bienaventuranza. De todas formas, después de la muerte siguen existiendo el mundo de los muertos y el mundo de los vivos.

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