En el año 2013 publiqué una columna para tomar postura frente a las que consideré desproporcionadas reacciones de algunos líderes wayuú frente al quehacer de un nuevo humorista que comenzaba a ser reconocido en la región: “El way”, personaje creado y representado por Ricardo Roys Iguarán.
Casi una década después, vuelve el perro y hala la cuerda, esta vez se trata del Consejo Superior de Palabreros wayuú, quienes se fueron lanza en ristre contra una puesta en escena humorística que, según ellos “denigra y desprestigia la lengua wayuú (…) convirtiendo al pueblo wayuú en hazmerreir de sus seguidores, lo cual se traduce en una discriminación racista contra el pueblo wayuú”. El asunto me mueve a refrendar mis opiniones al respecto.
Primero que todo, no se puede fustigar a ‘El way’ por desprestigiar el wayuunaiki porque sus chistes los cuenta usando, principalmente, la lengua castellana. Conversando el asunto con la escritora y abogada wayuú Estercilia Simancas, me explica que, al contrario, el humorista es muy cuidadoso de la pronunciación correcta cuando se ve obligado a usar frases en wayuunaiki.
Es apenas natural que, si alguien trata de imitar el habla castellana de un wayuú que no es urbanizado del todo, use su manera de hablar, de lo contrario no representaría a un wayuú sino a un alijuna. Ni ‘El Way’, ni ninguna persona merece sanción cuando imita a un wayuú, a un gringo, a un paisa o a un maracucho, no hay forma ni de reglamentar ni de controlar el uso de la lengua.
Vayamos al segundo aspecto, en el caso de los wayuu, en los chistes del ‘El Way’ sobre ellos, no se estigmatizan al nivel de ingenuidad que se ha hecho con los pastusos o con los gallegos en España. No hay margen de comparación, el wayuú en los chistes aparece en todas sus facetas, el vivaracho y aventajado, el montuno, el citadino, el estudiado, el borrachón, el “buena gente” (frase que ‘El Way’ reitera al referirse a los wayuú), el abuelo venerable, el guache. Es decir, el wayuú en sus dimensiones, la buena y la mala.
Ahora bien, a Ricardo Roys los putchipus pretenden emplazarlo en la Secretaría de Asuntos Indígenas, supongo a hacerle un juicio tan ilegal como inusual y al que nadie puede obligarlo a asistir. Es posible que este, como otro desafuero ocurrido con el también humorista Fabio Zuleta, resulte un paso en falso para la organización de putchipus, pues le impusieron como castigo que debía pagar la elaboración de varias esculturas y aún las están esperando por ser una pena impagable.
Por mi parte, mi llamado de atención a sus líderes, es no llevar a los putchipus a desafueros que los saquen de su rol social y cultural ancestral, no querer llevarlos a un nivel de tribunal supremo, inquisidor y censor de expresiones populares como el humor y otros asuntos. La organización de palabreros se creó con el espíritu de ser una especie de garantes y vigilantes del plan especial de salvaguarda, para institucionalizar sus prácticas en la aplicación del sistema normativo wayuú.
Pero, una vez organizados, están mirando mucho más allá del rol que su cultura les ha conferido históricamente. Existe la intención de los putchipus para que el Estado les confiera la administración de justicia en su territorio. De allí que hay tantos narcos y políticos corruptos frotándose las manos para que los juzguen los putchipus y no los jueces de la República.
Los palabreros son mediadores en los conflictos entre familias, pero ahora reclaman un fuero que les permita investigar, acusar, juzgar e imponer las penas a todo wayuú que comete un delito en La Guajira. Ese escenario peligroso al que quieren llevar a los palabreros, tendría dos consecuencias, nada buenas para la imagen de tan noble institución cultural: impunidad para los delincuentes y compensaciones para el putchipu que serían mal vistas: “yo te absuelvo, tú me pagas”.
Es hora que estas organizaciones de palabreros reflexionen y retomen su rol, no estén buscando nuevas competencias que la sociedad wayuú no les ha dado, eso les evitará incurrir en desafueros que terminan restándole legitimidad y seriedad a su rol.