“Tan bueno y tan noble como era mi padre y la muerte, infame me lo arrebato”: ‘Mi gran amigo’. Camilo Namen.
El Almanaque Pintoresco de Bristol nos enseña que es el 29 de agosto “El día de la degollación de San Juan Bautista”, patrono de Cotoprix, el pueblo donde Evaristo, mi padre, vio por primera vez la luz, y también fue la fecha que por ingrata coincidencia escogió Dios para llevarlo de entre nosotros a su presencia, dejándonos para el consuelo su legado de honradez, los buenos ejemplos y la esperanza del sagrado reencuentro cuando así lo disponga el que todo lo puede.
Tuve siempre la ilusión que terminó siendo frustrada por el capricho del destino que mi padre conociera mis hijos para que bebieran de él sabiduría, valores, vivencias y permaneciera en ellos el recuerdo de sus sabias palabras porque de todo sabia, hubiera sido para ellos el cimiento antisísmico moral de su formación, pero no fue así porque desafortunadamente el ‘Nene’ de la casa llegó muy tarde a este mundo, cuando él y mi vieja ya habían vivido más de la mitad de su periplo vital. Se marchó para siempre sin que hubiera podido deleitarse con mis vástagos en sus brazos, pero seguro, sí estuvo al momento de su partida que como prolongación de su existencia cumpliría al pie de la letra sus perentorias instrucciones para una vida pública y privada digna de la mejor almohada del mundo, la tranquilidad de consciencia, transitando siempre por los renglones de la Constitución y la Ley y no por los atajos de los títulos del Código Penal, y sin olvidar cuando me advirtió que “al funcionario público se le perdona incluso que se le vayan las patas, pero si se le van las manos hay que cortárselas”.
Preguntado por mis hijos, cómo era mi padre, no dudé en contarles que fue un hombre de fe y verdad, que servía a la gente, nunca se sirvió de la gente, que a temprana edad corrigió mis inclinaciones individualistas cuando me contó la historia de un hombre que era tan loco que todo lo daba y mientras más daba más tenia, así pude ser más solidario, que tenía una mente brillante, un discurso elocuente que se formó intelectualmente por sus propios medios, solo pudo estudiar hasta tercero de primaria porque la temprana partida de su padre y de su madre lo obligó a trabajar desde niño para sobrevivir junto a sus hermanos menores.
También les conté que por enseñanza de su mamá aprendió y ejercían la sastrería, sabia arreglar zapatos, y consciente que no tenía vocación agrícola como sus hermanos, se vino a Riohacha, que era entonces una ciudad pequeña y lejana en búsqueda de nuevos horizontes, en la ciudad capital recibió la bendición de la tía Aura Deluque Paneflex para su precoz adopción de la doctrina conservadora, y por invitación de Gabito Pinedo se vinculó a los Boys Scout, un grupo de infantes dirigido por Víctor Pacheco Laborde, movimiento infantil y juvenil que busca educar a niños y jóvenes, con base en valores y juegos al aire libre como método de enseñanza no formal, con ellos cuando apenas tenía 15 años ayudaron en labores de limpieza y quema de pilas de palos para la creación en el lugar de la población de Uribia, hoy municipio y Capital Indígena de Colombia, sin imaginar entonces que cuarenta años después seria su alcalde, no una sino dos veces, por eso él lo tenía y nosotros llevamos ese pueblo en el corazón.
Fue mi padre un hombre soñador, adelantado y mentalmente agudo que lideró en los pueblos del sur de Riohacha causas nobles, reivindicaba como lo hizo en el Concejo de Riohacha y también en la Asamblea departamental, los derechos fundamentales de la gente de los pueblos sin esperar nada a cambio, les decía a los agricultores y quienes se dedicaban a la cría de ganado que el futuro no estaba en un corral lleno de vacas, sino en la educación de los muchachos, así logró que los viejos en nuestros corregimientos mandaran a sus hijos a estudiar, y a quienes no tenían les conseguía becas, auxilios, y otras ayudas para que las nuevas generaciones salieran a estudiar en escuelas vocacionales, internados en escuelas normales y en las universidades, la mayoría lo recuerda. Otro lo dejaron en el rincón de la ingratitud, pero aún así sirvió con el mismo entusiasmo hasta cuando culminó súbitamente su periplo vital, cuanta falta hace mi padre, si estuviera muchas cosas no estarían sucediendo.
Los días más largos de mi vida fueron aquellos cuando mi padre realizaba un viaje lejos de la casa, me marcaba en el almanaque de la farmacia del pueblo que toda la vida se colocaba en una puerta al interior de la casa la fecha de su regreso. Yo iba marcando con una cruz cada día que pasaba, y permanecía durante muchas horas la noche pensando que me traería cuando viniera, no habían teléfonos entonces, pero para él la palabra era sagrada, sabía que llegaría preciso en la fecha convenida; igual cuando su viaje coincidía con los meses cercanos a la Navidad, era divertido cómo nos tomaba a cada uno la medida de los zapatos con una cabullita, no confiaba de los números, así nos traía los zapatos precisos para la ocasión. Son recuerdos gratos que nos hacen sentir orgullosos de haber sido formados por él y mi vieja a su imagen y semejanza, no le heredamos bienes materiales porque nunca le interesó ni necesitó ser rico para lograr lo que se propuso, para él no había imposible, no fue adinerado, ni usaba sus credenciales -que las tuvo- para que supieran quién era, pero las puertas que tocaba en Bogotá se le abrían, así lo pude comprobar cuando en uno de sus viajes me llevó a conocer el Congreso de La República, a Álvaro Gómez Hurtado en el periódico El Siglo y a Raimundo Emiliani Román cuando fue a felicitarlo por su nombramiento como embajador en Roma durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala. No lo olvido, porque aquella noche hubo un paro de transportes y me tocó caminar con él lloviendo más de cincuenta calles. Mientras tirábamos canilla daba vueltas en mi cabeza la idea: “A mi papá le pesa la cola en Bogotá”.
¡Un día como hoy comenzó la inmortalidad de un visionario que todo lo hacía por la gente y para agradar a Dios, el padre mío!