40 años de la misteriosa monja asesina

Por Mavis Granadillo y los estudiantes de
segundo semestre de Educación Física

Hace 40 años nació en Barranquilla una leyenda urbana: ‘A los choferes de los Jeep’ que prestaban el servicio de carreras (como se les llamaba en la época a los taxistas); se les aparece una monja solicitando una carrera y desaparece sin detenerse el vehículo. Ese misterio espantaba a los conductores.

El miedo paulatinamente, con el paso del tiempo, se fue apoderando de los hombres al timón; que ya no paraban de contar cada quien a su manera y estilo coloquial el misterio: “Una monja mete la mano, para el Jeep; se sube ante nuestros ojos y se baja sin darnos cuenta”. ¡Qué misterio!
El caso ya era más que comentarios escabrosos, un chiste de parranda, de chercha, de colegio, de reuniones de billar, que como ‘La Llorona Loca de Tamalameque’; era un relato más con aseveraciones de que en otras poblaciones diferentes a ‘Curramba la Bella’ también los taxistas veían y le hacían carrera a ‘una monja’.
El enigma cambió de color cuando comenzaron a aparecer cadáveres en tiempos y lugares distintos que se le adjudicaban a la delincuencia común. Había una gran incógnita que traspasaba las fronteras regionales y ya se hablaba de una ‘Leyenda Urbana’ que invadía las noches de tertulias en los barrios, principalmente en la noche de apagones, cuando los flashes informativos de la tarde informaron que un taxista fue encontrado casi degollado y al despertar la primera palabra que mencionó fue: “Monja”; y repitió: “Me jodió una monja”. Es hora de darle forma y cara al asesino o asesina, dijeron las autoridades de la época.
Los hechos que hasta el momento para las autoridades y entes investigativos tomaban como rumores y comentarios de la gente, no lo eran. ¿Había una o varias monjas asesinas? Los comandantes presionaban para desenredar la madeja.
La tarde del 25 de noviembre de 1982 se vio interrumpida por un mensaje noticioso: encontraron el cadáver de una fémina con atuendo de monja; en estado de descomposición con un tiro en la sien, varias puñaladas y con signos de violación; actos repetitivos ahora con más alevosía. El pánico era colectivo, las monjas genuinas en los distintos conventos estaban en confinamiento absoluto.
Y los dueños del relato multiplicando el insuceso de arcano. No nos habíamos recuperado de las velitas cuando apareció otro conductor de carreras degollado. Alerta máxima; “¿Y entonces, cuántas monjas hay?”. Este interrogante le ha dado la vuelta al mundo porque han pasado 40 años y ha quedado el reel (entendiendo el vocabulario de hoy). ¿Será la misma monja que metía la mano, subía al Jeep y se bajaba sin detenerse el vehículo? El caso es que aparecían cadáveres de hombres y las autoridades no se complicaron y cerraron el caso diciendo: “Vendetta entre bandas por el territorio tienen azotada a la ciudad”.
Grandes Misterios sobre monjas han mojado prensa, como por ejemplo el siguiente caso:
El sábado 13 de noviembre de 1999, en las horas de la madrugada, desapareció del claustro de Las Adoratrices del barrio La Candelaria, en Bogotá, la hermana Luz Amparo Granada Bedoya, natural de La Celia (Risaralda). Granada, de 30 años, supuestamente fue encontrada dos días después, 15 de noviembre, en el kilómetro 15 de la antigua vía al Llano. Su cuerpo fue descubierto por un perro que husmeaba en los alrededores de la mano de un niño.
Escrito por Francisco Quintero, subeditor de Justicia El Tiempo, 9 de julio de 2000, 12:00 a. m.
El cadáver, en avanzado estado de descomposición, presentaba un tiro en la cabeza, estaba desmembrado y quemado. El 27 de marzo de 2000, 133 días después del hallazgo, las autoridades sindicaron del caso a la hermana Leticia López Manrique, una cucuteña vecina de cuarto de la occisa. La religiosa, despojada de sus hábitos por orden papal, permanece detenida desde el 11 de abril de ese año en el pabellón de máxima seguridad de El Buen Pastor.
A pesar de que la Fiscalía la llamó a juicio el 27 de junio de 2000, la defensa pidió nulidad de lo actuado por una razón: el cadáver encontrado por las autoridades en la vía al Llano habría tenido, en principio, otra identidad distinta a la de la religiosa desaparecida.
Regresando a nuestra monja costeña, la verdad sea dicha, nadie nunca charló con ella, ni tampoco nos hemos saludado con la ‘Llorona Loca de Tamalaque’, pero sí la vieron varios habitantes hace más de una década moviéndose y llorando alrededor del caño de un barrio en Riohacha.
Nuestra enigmática, misteriosa y mítica monja ‘quillera’; que se tomó la costa para ella con su origen de una ‘Leyenda Urbana’ cumple 40 años de ausencia misteriosa.
Y caso cerrado.

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