Las actuaciones del expresidente Santos se caracterizaban por ser indefinidas; neoliberal en lo económico, liberal en lo ideológico, aunque de base móvil, presidió el Partido de la U de derecha y fue el ministro estrella de una era de extrema derechización del país.
Después de subir al poder algunos de sus proyectos más importantes sorprendieron. Según ‘Lucho’ Garzón, hizo campaña con la agenda de Uribe y gobernó con la de la oposición. Nunca la opinión pública había aplaudido una traición. Por cierto, bastante descarada. De ñapa, ni el difunto alias Alfonso Cano demostró tanto acercamiento a Chávez, máximo dirigente de la Revolución Bolivariana.
Este transfuguismo ideológico, apropiación de algunas propuestas de campaña de los partidos de izquierda y de centro, según algunos, fue el camino de regreso a su origen liberal, partido considerado en sus inicios (1848) una coalición de matices de la izquierda democrática. El barullo de los partidos sin política o de la política sin partidos, tanto a nivel nacional como en nuestra región, sorprende a la ficción y tiene lo mismo de largo como de ancho. Parece agotado el discurso partidista. Cada vez es más evidente el personal, sobre todo el del expresidente Uribe, por encima de todos los partidos y aun del Estado social de derecho. Los partidos son meros ropajes momentáneos para coyunturas y competencias electorales.
Por ejemplo, el Partido Verde, (no tan verde como los europeos), su bandera de lucha en vez del medio ambiente es la transparencia y la lucha contra la corrupción. Sus cabezas visibles han sido, una del Polo, otra Uribista; la otra por indescifrable algunos la llaman el contrapolítico latinoamericano y también le rondó el esperpento “ni uribista ni anti uribista”. Ha parecido más una colcha de retazos que un partido político. De ahí que no tenían claro si debían hacer oposición o apoyar al tampoco descifrable gobierno ganador en ese entonces, el de Juan Manuel Santos.
Por igual, Cambio Radical, que solía ser uribista (de derecha), pero cuyo jefe político siempre ha sido un impreciso liberal, hoy por hoy es su principal contradictor, aunque algunos de sus miembros aún se agarran de los vestigios del uribismo pura sangre. El caso del Dr. Roy Barreras, el patético tránsfuga fugaz, que, en algún momento para el Ministerio Público, no estaba claro el hecho de que el parlamentario hubiese ejercido representación simultánea en nombre de los partidos Cambio Radical y de la U, como lo alegaban sus demandantes; hoy por hoy, es una gran figura de la alternatividad.
El Partido Conservador por su parte, se mimetizó totalmente en los ocho años de uribismo, dejando su corazón y sus ideas allí reposando en la burocracia, a tal punto que, entre sus principales cuadros, surgió una copia al carbón del expresidente Uribe. Superando el alumno al maestro, según algunos analistas, en los vericuetos de la corrupción, campeonato mundial que ganó Colombia definitivamente en el periodo señalado, pero superado en el de Duque. Los mejores escuderos, cualquiera pensaría, de Álvaro Uribe Vélez no estuvieron en el partido de la U, el partido que lo llevó al poder; estos eran prestados del Conservador. Se podría entender como que el mayor soporte ideológico uribista es conservador y viceversa.
Evidentemente estamos pasando por una democracia sin partidos: instituciones políticas débiles, distanciamiento con la ciudadanía y desconfianza generalizada. Crisis tanto en los partidos tradicionales como en los nuevos. Al mismo tiempo, surgen caudillismos que corroboran que los partidos son solo nominales y que se puede pasar de uno a otro sin cambiar de ideología ni de principios. Hoy en el papel hay pluralismo político, pero en la práctica hay más bien políticos de los partidos tradicionales con etiquetas de partidos nuevos. Inclusive, activistas de los tradicionales movimientos de izquierda han copiado el discurso y las mañas de los tradicionalmente tradicionales.
El horizonte político de La Guajira no es nada diferente del nacional. Tenemos líderes de la política tradicional, tal vez sea uno de los mejores ejemplos de la metamorfosis camaleónica, que han pasado por el Liberalismo, Alas Equipo Colombia y Partido de la U, sin cambiar un ápice su desaborido discurso, como también izquierdistas que han pasado de su amarillo natural a rojo o azul, dependiendo del momento y siguieron su policromía hasta el tímido verde. No existen discursos o propuestas claras que identifiquen a partidos o movimientos o proyectos de región o de ciudad emanados de ellos.
Es más, en esta época de alianzas y agrupaciones con miras a las próximas elecciones, se ha dado una invisibilidad de partidos; es común oír hablar de personajes. En unas controversias que se parecen más a las que generan las fanaticadas de conjuntos vallenatos con relación a cuánto cobran por toque y a cuánta gente convocan, que a eventos democráticos para elegir a los dignatarios gobernantes. Merece especial atención las líneas que empieza a trazar el Pacto Histórico y su reforma política. Se tienden a visibilizar partidos, ideologías y propuesta de país. A este fenómeno se le están sumando algunos tradicionalistas conversos.
Así pues en vez de hablar del Liberalismo, Conservatismo, Partido de La U, Cambio Radical, Centro Democrático, y de sus propuestas para la región y sus ciudades, siempre se ha hablado de Ballesteros, Jorge Pérez, Nando, Alfredo Kiko, Wilmer, Cielo Redondo, Oneida y de Parra, entre otros, en lo regional; y en Riohacha, de Rafa, Ote, Suaza, Mono Patón, Wilder Ríos como quien habla de Poncho Zuleta, Churo Díaz, Peter Manjarrez o de Silvestre Dangond. La cosa se vuelve aún más ramplona cuando se menciona cuánto le pide el uno al otro en efectivo por su respaldo. ¡Qué Vergüenza! ¿Dijo vergüenza?, ni la conocen.
Por lo que sigue vigente el reto de crear un nuevo estilo de hacer y manejar la política, para lo que se necesita una gran cruzada de moralidad que incluya la sociedad civil y todos los sectores sociales y culturales. Solo de esta forma se pueden enterrar los viejos vicios que avergüenzan a la decencia e inteligencia humana. Ya el pueblo guajiro y en especial el riohachero, está cansado de ver a los mismos actores que han hundido a La Guajira en el gran hueco donde está, aparecer con nuevos ropajes. El proceso tiene que coincidir con la recuperación de la credibilidad en la política y sus partidos y, por ende, con la motivación hacia la participación en la misma.