A nuestra disposición el mundo virtual

El drama del virus Covid-19 con las limitaciones que abruptamente nos ha impuesto, como es la disminución de movilidad, barreras a la comunicación humana personal, ha disparado el uso del mundo virtual que nos ofrece la técnica moderna a disposición de las personas del mundo entero, pues quién más, quién menos, dispone de un aparato móvil, dispositivo que amplía la cobertura de nuestras fronteras relacionales.

El mundo virtual, con todo y lo novedoso que aparece, no es sino la ampliación de lo que la naturaleza ha dispuesto, por obra de nuestro divino Creador, en la actividad intelectual de nosotros seres humanos.

Nuestro quehacer intelectual tiene su centro de operaciones en lo que llamamos la mente, ella es nuestro laboratorio con la que trabajamos permanentemente, ejerciendo lo propio e identificable del humano que es la inteligencia prospectiva, pues los animales poseen un dispositivo parecido al del ser humano, manejado en ellos por el instinto.

Con esa inteligencia los seres humanos aprendemos y proyectamos desde el mismo momento que empieza nuestra gestación en el ser de la madre fecundado por la acción procreativa del varón. La inteligencia piensa, actúa y memoriza.

Pero nuestro laboratorio mental posee un auxiliar que denominamos imaginación, es el poder creativo, donde la iniciativa y la creatividad tienen su asiento. La imaginación es dinámica y teatral. Por la dinámica trabaja con los elementos que le han llegado del mundo de fuera, combinándolos de millones de formas que ella misma selecciona cuando a ella misma le interesa. Y es teatral cuando utiliza los millones de combinaciones para producir relaciones humanas artificiales. ¡Cuántas cosas imaginamos!

Es así por tanto, que todos los seres humanos disponemos de nuestro mundo virtual que se llama imaginación. O bien la ponemos a trabajar conscientemente, cuando le damos órdenes de accionar en el terreno que seleccionamos o bien, la dejamos vagar a su antojo, cuántas veces damos la impresión de despistados y lo que estamos haciendo es dejándonos llevar por la libre acción de la imaginación. Durante el sueño, la mente o inteligencia descansa, no así la imaginación, que no deja de combinar, que es su juego preferido.

Cuando la imaginación trabaja al servicio de la inteligencia es sumamente fecunda, gracias a su actividad aflora al exterior en la selección propuesta: arquitectónica, literaria, investigativa, y en las cosas más sencillas de la vida cotidiana, la imaginación se mantiene en su actividad normal, sana, operativa. Cuando la imaginación por efectos diversos se independiza de su jefe que es la mente, vienen los desvaríos, a veces inocuos, pasajeros, o lamentablemente dañinos y peligrosos. Una imaginación  libertina es la que saca al humano de la realidad, lo hace fantasioso, le hace proferir incoherencias, lo sume en la soledad, en la depresión, lo desquicia, lo aísla. La mente queda relegada prisionera de quien fuera en inicio su auxiliar.

Esta realidad del ejercicio natural de nuestro mundo virtual natural, se refleja en ese mundo virtual, artificial, que nos ofrece el mundo de la técnica moderna.

Las limitaciones del Covid-19, se han visto “resueltas” gracias a la virtualidad de nuestros instrumentos: lo que nos prohíbe el virus lo superamos con el mundo virtual. Nos impide acercarnos y nos escuchamos, vemos, dialogamos, actuamos (videos). Nos impide ir a trabajar y en la casa laboramos virtualmente; nos impide ir al colegio o  a la universidad, pero desde el hogar recibimos las clases, seguimos estudiando.

Nos impide actividades académicas, musicales y por vía virtual conferenciamos. ¡El mundo virtual a nuestra disposición!, y mientras estemos bajo condiciones operativas, el mundo virtual ofrece fecundidad relacional humana, laboral, científica, etc. Pero cuando el mundo virtual comienza a predominar sobre nuestras funciones específicamente humanas: mente, imaginación, memoria, voluntad, la acción virtual se convierte en un virus que desconecta de la realidad y de todo lo que ella significa.

Quien es dominado por lo virtual se va convirtiendo en un robot humano. Entonces la ciencia ficción deja de ser tal, pues se encarna en el humano para transformarlo en  una ficción: ese es el mundo de los anormales, de los sicóticos, de los obsesivos, de los fanáticos, de los desubicados, de los neuróticos, de los desquiciados, lastimosamente en “enfermos mentales”, muchos de los cuales no se dan cuenta de su situación hundiéndose poco a poco en el mundo irreal de su imaginación. Nosotros los humanos somos reales, físicamente reales, visualmente reales, filosóficamente cósmicos.

La imaginación (la loca de la casa la llamaba santa Teresa de Jesús), al servicio de la mente afirma nuestra realidad, la hace bella, fecunda, transformante, agradable, histórica. La imaginación natural desorbitada y la artificial no manejada con sabiduría nos lanzan al mundo de lo irreal, lo simplemente fantasioso, lo imaginario, lo absolutamente utópico. Lo que no es real, a la larga, es perjudicial.

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