Con motivo de situaciones catastróficas, los agitadores y alarmistas llenan los medios de comunicación con comentarios que agravan los eventos naturales y promueven desconcierto en las personas y en la sociedad. Mal utilizan, lo que ya de por sí es doloroso, con visionarios quienes o se arrogan poderes que no poseen o se hacen pasar por interlocutores divinos, para comunicar mensajes “apocalípticos”.
El término apocalipsis, es un género literario utilizado en la Sagrada Escritura, para comunicar revelaciones de Dios, a través de imágenes sorprendentes, personajes fabulosos, acciones cósmicas, transformaciones que podrían acercarse a los imaginarios de películas contemporáneas.
El autor sagrado que conoce perfectamente el drama que padecen los seguidores de Cristo a causa de la persecución de los emperadores romanos, se dirige a ellos para darles a conocer que el triunfo será de Dios y no de los emperadores, que quienes son martirizados y dan la impresión de vencidos serán los grandes vencedores. Dios no es ciego ante el horror de la persecución, pero da la suficiente fortaleza a los suyos para esperar confiados el premio que les será otorgado en el reino de Dios. Con un lenguaje sofisticado, que no entienden los del imperio sino solo los judíos y los neo cristianos, señala a los torturadores como manejados por el espíritu del mal y que al iniciarse el juicio de Dios, recibirán de este el rechazo, tanto el Príncipe de las Tinieblas, como sus secuaces adoradores.
La resurrección de Cristo es el hecho que hizo tambalear la cosmovisión griega y romana respecto a los acontecimientos postmortem. La sospecha de culturas milenarias acerca de otra vida, es avalada y confirmada por Cristo muerto y redivivo. La vida humana germinada en el planeta tierra no concluye en la oscuridad del sepulcro, este solo es la puerta a la magnificencia de la otra vida. De ahí la sorpresa de los romanos cuando veían a los cristianos felices y cantando himnos sagrados en el espectáculo del circo. ¿Pero cómo pueden dejarse destrozar por fieras o por gladiadores con una actitud tan alegre y festiva? El circo romano y sus crueles festejos se convirtieron en el argumento irrefutable entre la oscuridad de este mundo y la alegría deslumbrante del paraíso.
Personas que malinterpretan los textos sagrados y grupos humanos fatalistas, que se dejan mangonear por expresiones apocalípticas de sus supuestos líderes, trastocan los acontecimientos para hacer ver la presencia de un Dios verdugo que disfruta del dolor de los humanos castigándolos despiadadamente, y que para aplacarlo hay que encender velas, hacer sustanciosas ofrendas y hacer gestos específicos para ser protegidos, así estos serán librados mientras que los demás se perderán irremediablemente. Al final, las cuentas bancarias de los visionarios crecen mientras que sus seguidores ni fueron librados y sus ofrendas quedaron a buen recaudo de sus despiadados profetas.
El calentamiento global, una realidad del planeta en el que intervienen múltiples factores, entre ellos la misma desviada acción humana; los pavorosos terremotos, los incendios destructores, los temibles huracanes son el plato sabroso para los armadores de castigos apocalípticos, para profetas de desventuras que quieren confirmar en La Biblia o en afirmaciones de personajes de la Iglesia anuncios de catástrofes que están por venir o porque ya acontecieron. Cuán equivocados están, pero cuanto sinsabor en la gente sencilla.
Los fenómenos naturales existieron, existen y existirán sin conexión con el libro sagrado del Apocalipsis. En lugar de manipular los acontecimientos hay que invocar la responsabilidad de los gobiernos para prever situaciones u ofrecer soluciones prácticas para quienes los padecen.
La fe nos ilumina y la sabiduría, desde la experiencia, nos puede ayudar a paliar lo ineludible. No existen acontecimientos apocalípticos, existen fenómenos naturales súbitos o anunciados a los que tenemos que hacer frente con espíritu de equipo y solidario.