Al igual que en las dictaduras comunistas de Cuba y Corea del Norte, en Venezuela con la parodia de elecciones del pasado 6 diciembre para la Asamblea Nacional, los cabecillas del Psuv (Partido Socialista Unido de Venezuela) aseguran haber obtenido el 91% de los votos, en donde según organismos nacionales e internacionales la participación no superó el 20%, pero para los comunistas la voluntad popular les importa un comino, y como decía el dirigente marxista de la guerra civil española, Francisco Largo Caballero: “Las elecciones sirven, pero si las ganamos”; además hay que agregar en el caso venezolano que tampoco les importó a los miembros del régimen, chantajear con la comida a la ciudadanía para obligarla a votar, como lo hizo el parásito comunista de Diosdado Cabello.
Con la farsa electoral que montó Maduro y su camarilla, es indudable que se busca consolidar la dictadura a perpetuidad, en donde prácticamente el país vecino quedará convertido sin ninguna discusión en colonia cubana, que mediante el crimen y la tortura buscará evitar su liberación, radicalizando lo que llaman “revolución”, con las consecuencias dramáticas que no solo incrementan los sufrimientos de los venezolanos (que ya son demasiados), sino que también se aumentará el número de refugiados en los países vecinos, con lo que Venezuela estaría superando en muy poco tiempo a Siria en ese tema tan dramático.
Por su fantasía comunista el dictador Nicolás Maduro, culpa a EE.UU. por las calamidades de los venezolanos, cuando en realidad ese es un país desgraciado en manos de una pandilla comunista absolutamente inepta, que tiene de excusa a la oposición y al “imperialismo”; por ello queda claro que a la banda marxista de Caracas no le incumbe el sufrimiento de la población, pues lo que le interesa es el poder; y aquí si vale la expresión de un ilustre colombiano quien dijo: “¿El poder para qué?”.
¿Poder sobre qué, o victoria sobre quién en Venezuela? Será sobre unas masas hambrientas y envilecidas por el socialismo del siglo XXl, sabiendo que Maduro y su régimen son seguidores patológicos del peor ser desalmado y criminal que ha existido en Latinoamérica como fue el tirano cubano de Fidel Castro; también en esa narco-dictadura alaban los genocidios que cometió el rufián ruso de Lenin, quien proclamaba de manera inescrupulosa, que: “Las masas tienen que sufrir más de lo habitual para que haya una situación revolucionaria o se consolide la revolución”. Todo ese siniestro escenario en Venezuela, nos lleva a afirmar que la tiranía ha buscado de todas las formas consolidar el hegemonismo comunista, igual a lo que sucede en Cuba.
Antonio Gramsci comunista italiano muerto en 1937, diseñó de forma insidiosa, lo que ha sido por décadas el engendro marxista leninista, sin olvidar que la susodicha doctrina en su aplicación práctica se ha convertido en la que más crímenes ha cometido en todos los tiempos, y Gramsci para completar su cuadro de horror revuelve al marxismo con el maquiavelismo, buscando la perpetuidad del partido en el poder, para crear camarillas que mediante la mentira y la violencia nunca entregan el manejo del Estado, a no ser con levantamientos populares como ocurrió con la caída del muro de Berlín y la debacle de la URSS.
La nomenclatura comunista que se instaura en el manejo del Estado cuando conquista el poder, antes y después de lograr sus objetivos burocráticos tiene un comportamiento irracional, buscando ganarse mediante un discurso falso y miserabilista a los sectores más ignorantes y atrasados de la sociedad, y así alcanzar la hegemonía en el plano político, económico, social y cultural, teniendo como base para sus abyectos fines la enajenación y el adocenamiento de las masas.
Para Gramsci la conquista de la hegemonía es un proceso, que se vuelve constante en donde la cultura juega un papel preponderante, además el partido se convierte en el príncipe moderno de Nicolás de Maquiavelo, siendo lo fundamental la apología a la violencia y al engaño, y para eso el partido se organiza de arriba hacia abajo, lo que se conoce en el marxismo leninismo como el “centralismo democrático”, y que también lo enseñó el sátrapa de Lenin en su escrito de 1904 “Un paso adelante dos atrás”, demostrándose el carácter burocrático y brutal del leninismo.
Siguiendo el método maquiavélico, Gramsci plantea las dicotomías y los reduccionismos para dividir a la sociedad, por eso los seguidores de la secta marxista leninista, sus idiotas útiles y algunas personas despistadas, sin ningún empacho hablan de que se debe estar con la izquierda o con la derecha, con el socialismo o con el capitalismo y con la burguesía o el proletariado, pues el autor del Príncipe, decía “que en una confrontación no se puede ser neutral, porque se es avasallado por el vencedor con la complacencia del vencido”.