La serena, plácida y agradable forma de vida ofrecida por el trabajo laboral agrícola, sin desconocer las exigencias, esfuerzos y luchas adversas con las fuerzas climáticas del planeta, a finales del siglo XVII, la llegada intempestiva de la tecnificación y factores novísimos de convivencia laboral en las fábricas inglesas, que acumuló miles de obreros desarraigados de sus tierras, de sus familias, de sus hábitos, de sus costumbres, de su cultura, afectó profundamente la placidez de la actitud, la cual tuvo que relegarse muy a pesar de la persona, para poder acomodarse a las duras exigencias laborales, que trastocaron como cataclismo la interioridad de las personas, pues la novedad laboral inglesa, no fue un accidente del llamado progreso humano, sino algo que se quedó y que sigue transformándose vertiginosamente.
El ser humano, a pesar de los más de 200 años de reestructuración laboral, aún no ha podido asimilar integralmente el efecto necesario de tener que emplearse. Esa situación que altera el equilibrio de la emocionalidad, desentona el gusto por la vida, agria el carácter por el cansancio, deprecia el valor de sí mismo por descubrir que es manejado muy a pesar de sí mismo. La desilusión de tener que dedicarse no a lo que se quiere, sino a lo que se presenta, el sentimiento de sufrir la injusticia de leyes no siempre favorables al trabajador; la dolorosa experiencia de la depresión en todas sus intensidades, perdiendo el rumbo del propio auto manejo, todo esto manifiesta la dicotomía entre persona, técnicas, costumbres laborales, donde no existe un entendimiento, sino una yuxtaposición, simplemente asumes o asumes, no hay otra posibilidad. Pero esta desazón humana que afecta profundamente al ser de sí mismo, a la propia yoicidad, no proviene solo de causas laborales, la tremenda desilusión humana producida por el revés de las dos últimas guerras mundiales del siglo pasado; las famosas guerras frías que mantienen el espíritu en ristre, son factores que afectaron el pensamiento acentuando el crudo materialismo y el oscuro nadaísmo. La diversión a todo dar de música ful sonido, el consumo fuerte del alcohol, el uso ya mayoritario de alucinógenos, la explotación masificadora en conciertos, gritos estentóreos coreados con desenfreno, son otros tantos elementos que deterioran nuestra capacidad de asimilación personal, fomentando la aparición del fenómeno del absurdo en las relaciones humanas inmediatas, en la práctica sexual descontrolada, en la negación a la vida con el aborto, las formas de atavío personal, la tendencia al suicidio, la agresividad social que cada día va en aumento, la inseguridad ciudadana que perturba el diario trasegar por calles y barrios, todo esto manifiesta el impacto que sufre la interioridad del humano, donde la paz, la alegría, la serenidad son ingredientes desaparecidos en un desarrollo normal de la madurez humana.
Hoy por hoy, el único líder consciente de la situación que está ofreciendo salidas humanas oportunas es el Papa Francisco, que conoce a la persona, la valora, le ofrece alternativas y le facilita el acceso a sí misma, a su alteridad y a su trascendencia.