“En el bosque no hay wifi, pero te aseguro que ahí encontrarás una mejor conexión”
Domingo 14 de febrero de 2021, hora 8:30 a.m. me disponía a subir a las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, corregimiento de Villa Germania, Valledupar, ubicado a una hora de distancia de Mariangola (tierra del cachaquito), a una altura de 700 MSNM, y a una temperatura de 25 grados. Había llovido desde la tarde anterior, y se apreciaba de cerca los olores y sonidos que emite la naturaleza, a tierra mojada, a leña quemada, a brisas de invierno, a ceniza húmeda, como queriendo decir, que está contenta y dando un nuevo respiro por el chaparrón caído del cielo, en la tarde, y la noche anterior. El agua lluvia, es una bendición de Dios, los árboles desprendieron sus hojas secas, y respiraban sus mejores olores.
En el trayecto, percibí olor a guácimo seco y maduro, el aroma del árbol de bija, me recuerda los baños a los niños por nuestros ancestros. De pronto se atraviesa un olor desagradable a mapurito, mecanismo de defensa utilizado por estos mamíferos para despistar a su enemigo.
Más arriba de la finca Jericó, el olor agradable de la algarroba, bastante que la comí en la orilla del Ranchería, el olor a cardamomo, cañandonga, el olor a los árboles de ceiba, orejero, swingla, carreto, ceiba, yarumo, cañahuate, roble, y puy. Los arroyos y acequias que estaban enfurecidas dos meses atrás, ese día estaban indefensas y con el autoestima por el suelo. Percibí el olor a fango, a agua estancada. Tenía rato que no olía y escuchaba tanta expresión junta de la naturaleza, la sinfonía de los sonidos brillantes de los pájaros, cantando con alegría, el pájaro carpintero que mitificó en su canción, Juan Polo Valencia, con su pico afilado taladraba bien temprano un campano.
El guasalé también hacía su canto característico, un sonido arrullador de la paloma turcutú, el pájaro chau chau con su sonido nervioso y desesperado, también en esa agrupación de sonidos participaba el chirrí, el canario, y el azulejo. A lo alto de un árbol frondoso, divisé más de doce nidos de los mejores arquitectos de la fauna, el pájaro oropéndola, fiel competencia de Rafael Escalona, quién soñó con darle a su hija Ada Luz, una casa en el aire.
Ya en la reunión con productores de ñame en Villa Germania, el rancho olía a viejo, a murciélago, a araña, a burro mojado. En las casas circunvecinas, un inmenso olor a café tostado y molido, olor a panela de trapiche, a alfandoque, a alambique, a chirrinchi. De regreso, sentí que llegué a casa, recargado de energía positiva. “Si quieres escuchar el canto de los pájaros, no compres jaulas; siembra arboles”.