Las pepas de mango

Corría el año 2004 cuando se regó como pólvora la noticia, en La Guajira colombiana, que el gobierno venezolano nacionalizaría a todos los extranjeros residentes en ese país, sin más requisitos que su permanencia irregular en su suelo.

Muchos guajiros, y de otras partes de Colombia, partieron hacia el vecino país con la sola intención de sacar la cédula, cuando este documento todavía despertaba un poquito de interés para su portador. Los opositores al régimen del comandante Chavez lo acusaron de tejer una diabólica estrategia electoral porque al nacionalizar más de dos millones de colombianos estos, en agradecimiento, votarían por él y el tiempo les dio la razón. Con los años cuando un colombiano, nacionalizado exprés, se identificaba con su cédula venezolana los policías de ese país les decían despectivamente: Otro Caliche con su pepa de mango, en alusión a que este documento era de color amarillo parecido a la coloración de la pepa de esta fruta.

Al anunciar nuestro presidente la creación de un estatuto de protección temporal para migrantes venezolanos sobre la tronera para que muchos de ellos, tal como lo hicimos nosotros hace unos años, se vengan a nuestro país en gavilla a buscar lo que el régimen socialista les quitó, es decir, salud, educación, vivienda, trabajo, etc. Ninguna institución nacional puede dar certeza de cuántos venezolanos hay en nuestro suelo, los cálculos más conservadores apuntan que ya nos acompañan más de dos millones quinientos mil patriotas; con la salvedad que cuando se dio la migración colombiana hacia Venezuela este era un país rico y pudo soportar la carga con pocos problemas. No sucede lo mismo en la Colombia actual donde salta a la vista que somos un país empobrecido, por ejemplo, el caso de La Guajira colombiana catalogado como uno de los Departamentos más rezagados en todos los sentidos. Riohacha ostenta el deshonroso título de ser la segunda ciudad más pobre de Colombia. En ese escenario, y sin dar inicio al proceso de protección temporal al migrante, estamos desbordados por ellos que se han tomado las ciudades del departamento prácticamente a sangre y fuego. Maicao está sitiado por el hampa venezolana ante la triste mirada de las autoridades competentes.

Se vienen tiempos difíciles para las regiones fronterizas más pobres del país que no poseen la infraestructura adecuada, ni los medios económicos, para atender a miles de venezolanos que de seguro cruzaran la frontera buscando protección en un país pobre que decidió ayudar a sus vecinos necesitados. Mientras tanto los Estados Unidos y la Unión Europea aplauden la medida, pero, guardan silencio al respecto de abrir sus fronteras para recibir una buena cantidad de venezolanos en su suelo; se limitaran a girar unos recursos que de seguro se perderán en la maraña burocrática colombiana, y que sean los países vecinos, principalmente el nuestro, los que asuman las consecuencias del estallido de la bomba migratoria más grande del siglo XXI.

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