La Semana Santa está envuelta en el halo de piedad que proviene de la sacralidad del personaje central que es nuestro Señor Jesucristo, y de las celebraciones culturales, que conmemoran los acontecimientos que sucedieron para la redención y reconciliación de la entera familia humana.
Estos acontecimientos se narraron en los últimos capítulos de los cuatro Evangelios y describen lo que conocemos como la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Son cuatro Evangelios, que a nivel de investigación literaria se dividen en dos grupos, los sinópticos: Marcos, Mateo, y Lucas y aparte Juan. Los tres primeros son sinópticos por la similitud que tienen en el esquema de la narración y porque hay textos que tienen una única fuente original que los tres utilizan, dando la impresión de copia literaria.
Los sinópticos se escribieron entre los años 40 y 70 después de Cristo, tiempo más que suficiente para madurar los textos, para socializarlos e irlos puliendo de modo que pudieran ser utilizados en las liturgias como auténtica Palabra de Dios. El Evangelio de Juan cuajó entre los años 80 a 100. Posee un esquema propio y original. Nos da informaciones, hechos milagrosos, dichos y palabras de Jesús que no se encuentran en los otros tres. De todas maneras, con certeza podemos decir que los evangelistas conocieron los textos escritos por sus compañeros, no obstante, cada uno de ellos tiene su impronta peculiar en la redacción de su Evangelio. Deteniéndonos en el hecho concreto de la pasión, observamos en los cuatro un esquema similar: oración en el huerto de los olivos, su arresto, los maltratos, su presentación ante la junta suprema judía, el juicio ante Pilatos, la visita desagradable a Herodes, el regreso a Pilatos, la sentencia de muerte, el doloroso viacrucis, la crucifixión, su muerte, su sepultura.
A través de los siglos, especialmente del XIX y XX, varios profesionales en áreas como derecho y medicina legal, han dedicado tiempo a la investigación y redacción de artículos y libros, para dar a conocer sus puntos de vista profesionales respecto al juicio y a la tortura a la que fue sometido. El juicio de Jesús es de los más analizados, juristas eruditos parten de la legislación romana y aún de la judía que se aplicaba en aquellos tiempos. Los criterios de estos profesionales ponen de relieve las artimañas jurídicas de unos y otros para aplicar la ley de muerte a su antojo, saltándose a la torera las normas vigentes de su tiempo.
Jesús no tuvo un juicio justo, fue amañado desde la envidia y el odio criminal de las autoridades judías, a la cobardía del procurador romano que en principio quiso aplicar un juicio recto. Si este es el resultado en el campo jurídico, no son menos espeluznantes las torturas que aplicaron a Jesús en su cuerpo. Fue la sevicia tanto de quienes las propiciaron como el degeneramiento de los torturadores de oficio, para quienes el reo es simplemente un objeto de burla, de desprecio en quien pueden depositar toda su degradación moral. Los médicos que han estudiado paso a paso en el viacrucis de Jesús el estado de su cuerpo, se maravillan cómo pudo resistir tantas horas tan bárbaro tratamiento.
Haciendo una referencia a la Sábana de Turín, que supuestamente fue la sábana mortuoria en la que envolvieron a Jesús, una vez bajado de la cruz, los científicos de varias áreas, ofrecen pormenorizados detalles de los sufrimientos infligidos al cuerpo de Jesús, por ejemplo, el número de azotes, cómo el instrumento con que lo azotaron tenía al final del látigo un pequeño gancho que no solamente golpeaba sino que destrozaba la piel. En la misma sábana se puede observar el lugar de los clavos. La posición vertical del crucificado cuando levantaron la cruz, debió producirle espantosos sufrimientos, pues no solamente eran las heridas sangrantes, sino el debilitamiento por la pérdida de sangre, el cansancio y el insomnio que había padecido antes, la deshidratación, y el ahogo causado por la posición de brazos y piernas. Cualquier movimiento que pudiera hacer le generaban atroces padecimientos. Los expertos reconocen que si bien cualquiera de los tormentos le hubiera producido la muerte, el último de los sufridos fue la asfixia, esta terminó con la vida de Jesús, dando un gran grito. No podemos menos que añadir otros sufrimientos sicológicos y morales que acompañaron a Jesús en su agonía, el saberse abandonado por sus amigos los apóstoles, la traición de Judas, uno de los suyos, la soledad en la que quedaba su madre María, y, como hombre experimentar en cierta forma el fracaso. Su pueblo, su gente, lo habían sentenciado.
El panorama pues de Jesús fue, desde todo punto de vista, espeluznante. Frente a tamaña tragedia no queda sino contemplar al crucificado, lamentar profundamente su suerte, admirar la valentía con la que asumió su pasión y percibir que sus padecimientos produjeron en la familia humana la redención. El sujeto de la intencionalidad de Jesucristo en su sufrimiento fue el hombre tan necesitado de perdón, de liberación, de sanación. Jesús cumplió su parte, la otra corresponde a cada uno de nosotros.