Cuando apenas iniciaba el mes de abril y las expectativas nos iban guiando hacia un rumbo lleno de esperanzas repletas de optimismo, la fe inquebrantable de aquellos amigos que tenían a sus seres queridos internados en las salas de cuidados intensivos en diversas instituciones de salud junto a la reanimación paulatina de la economía en el departamento de La Guajira y la llegada de Semana Santa, nos indicaban a todos que esos momentos difíciles estaban cerca de finalizar, desafortunadamente no fue así.
Este virus mortal una vez más ha demostrado que no podemos darle tregua, por su parte “la OMS recomienda realizar nuevos estudios epidemiológicos y virológicos para comprender las mutaciones específicas descritas por el Reino Unido y otros países, a fin de investigar más a fondo cualquier cambio en la infecciosidad y patogenicidad del virus”, en La Guajira no podemos negar que le bajamos la guardia al coronavirus en los primeros meses del año, lo subestimamos, pensamos que ya no era un peligro latente y letal para nuestra salud, mire todo el precio que nos ha tocado pagar, estamos asustados, nadie lo puede negar, ya está matando a jóvenes sanos, antes teníamos pensado que solo aquellos que sufrían de obesidad, hipertensión o tenían problemas de diabetes serían el objetivo exclusivo del virus.
Todos sabemos que lo único seguro en nuestras vidas desde el momento de nacer es que vamos a morir algún día, pero les confieso particularmente que jamás en mi vida había sentido la terrible sensación que ocasiona tener tan cerca la cierta probabilidad de fallecer en un tiempo en el que aún no lo tengo planeado, irme de este mundo por ahora no hace parte del más mínimo de mis pensamientos, menos cuando aún nos sentimos sanos y llenos de vida, pero una cosa es lo que uno piensa y otra es la alta peligrosidad que este virus le ofrece a la humanidad.
Lo que actualmente está ocurriendo en el departamento no tiene precedentes estadísticos, en ninguno de los picos de rebrotes anteriores a este hubo tanto temor colectivo como el que ahora se está respirando en cada rincón de La Guajira, las oraciones a Dios, el confinamiento estricto y la preservación estricta de los protocolos de bioseguridad volvieron para quedarse hasta alcanzar la inmunidad de rebaño, sabemos que alcanzar la vacunación en un 70% de la población nacional está aún al alcance de varios meses y que hasta que eso no ocurra seguirán llegando picos de contagio, debemos ir haciéndonos la idea desde ya que esto va para largo. Las clínicas al tope de infectados, muertes diarias, ocupación total de camas UCI y aumento acelerado del contagio tienen la alerta roja encendida, ayer me preguntaba, ¿Qué sería del destino de aquél que llegara a infectarse y necesitase un espacio en cuidados intensivos? ¿Qué sería de su vida?
El miedo generalizado en Uribia: Fueron días de zozobra, 8 muertes de personas conocidas y muy queridas en tan solo 24 horas, el virus con una letalidad tenebrosa y sin precedente alguno fue poco a poco apagando las vidas y las esperanzas de aquellos amigos que deseaban ver a sus familiares sobrevivir a la batalla librada frente al Covid-19.
Ante lo ocurrido no debemos buscar culpables, la solución está inmersa en una comprensión integral de responsabilidades, que el alcalde de Uribia Bonifacio Henríquez emita los decretos y como autoridad municipal los haga cumplir, que la ciudadanía entienda y acate los decretos del alcalde por medio de una notable responsabilidad social u obediencia comunitaria, que el gobernador Nemesio Roys apoye, pero además que también considere la urgencia como prioridad, que el gobierno nacional y el Estado Colombiano en sus diversas instituciones públicas aplique estrategias que busquen disminuir la velocidad del contagio y por consiguiente las muertes por motivo del coronavirus, afrontar esta pandemia no es responsabilidad exclusiva de un actor social, llámese alcalde, gobernador, presidente o ciudadano, aquí todos debemos aportar, de lo contrario a todos nos afectará.