No es fácil trabajar llorando, escribir llorando, hacer oficios llorando, vivir llorando. Son días muy difíciles, el alma se agobia y aunque queremos, no podemos soslayar la pena por los que amamos, o de los que amamos.
No he sentido que sea suficiente llorar por el dolor de mi familia y mis amigos, siento que necesito ir a llorar con ellos, abrazarlos, dejarles saber que su dolor me duele y hacerles sentir que su pena es menor si la compartimos.
Debo confesar que no soy adepta al pésame, al luto, y demás ceremoniales de la muerte, debo decir que no tengo ningún problema con esa señora, no le temo, pero si me duele cuando alguien amado se va o alguien que amo sufre por la partida de alguien que ama.
En estos días mis lágrimas se derraman solas, el dolor de unos padres por sus hijos, el dolor de un hijo por sus padres, el dolor de un esposos por su esposas, el dolor por perder a un amigo o porque un amigo lo perdió, me golpea cada vez más fuerte.
No sé si es la edad o las hormonas, o el hecho de que suceden tan seguido, que no alcanzo a recuperame, pero aquí estoy hecha un mar de lágrimas porque Marcos perdió a su Magalis, porque Yorgis perdió a su papá; Tío Micho a Taty, tan joven como Lyanla hija de mi amigo Alejandro Rutto, hasta contra la naturaleza es que los padres entierren a sus hijos.
Han sido dos semanas emocionalmente difíciles, empiezo las columnas y no puedo terminarlas. He llorado la rápida partida del apóstol David Bair, hemos perdido tres por los que hemos orado. No pude acompañar a Fanny a enterrar a mi tío Germán Aguilar, ni abrazar a los familiares de tantos amigos que los sé tristes, y lloro.
Me duele el dolor ajeno, quisiera abrazar sus almas, ser bálsamo para su dolor, pero no lo soy, solo puedo orar para que Dios haga lo que quiero ser y hacer.
La vida me ha enseñado que la mejor forma de superar algo es enfrentándolo. Estas tres acciones es lo que me ha funcionado desde que lo aprendí.
1 Aceptar: cuando aceptamos entonces comprendemos que hay algo que superar, el problema es cuando lo negamos, aparentemente todo está bien, no pasa nada y reprimimos. Se vuelve amargura y nos pudre el alma. Necesitamos decirnos: ok, me está doliendo, tengo miedo, siento vacío, lo que sea que nos produzca la pérdida, así sabemos que vamos a enfrentar, y buscamos el antídoto. Para el dolor el gozo; para el miedo, La Fe; para el vacío y la soledad, el perfecto amor.
2. Agradecer. Agradecer qué, ¿La pérdida? Si. Perder duele y el dolor forja carácter, sensibiliza el alma, nos hace más humanos. Agradecer lo que viviste con esa persona, lo que le aprendiste, lo que le recibiste. Agradecer que hizo parte de tu vida y siempre lo será. Agradecer porque tú sigues y puedes amar, servir, disfrutar.
3. Disfrutar: en este caso, la pérdida, el dolor, el miedo, el vacío. Y muchos me dicen ¿cómo así? Así de sencillo, como dije antes: si tiene que doler que duela. Disfruta llorar tu dolor hasta dejarlo salir completo; disfruta dejar ir entregarlo a la vida eterna; disfruta recibir consuelo y amor de tu gente; disfruta de sus recuerdos y conviértelos en enseñanzas, anécdotas o chistes, ríete de ellos. Disfruta extrañarles, hasta que dejes de hacerlo, porque incorporaste lo que significó en ti; disfruta tu nueva forma de amarle, sin verle, pero sintiéndole. Pronto empezarás a sonreír con sus recuerdos y hasta tendrás carcajadas.
No sabemos cuánto tiempo falta para que todo esto pare, por eso necesitamos aprender a superar los estragos de la pérdida.