Generalmente los clínicos que tenemos la oportunidad de salvar vidas y reestablecer la salud de nuestros congéneres, en mi caso inicio y término la anamnesis o consulta con la siguiente frase “sea feliz, devore felicidad”, sabemos que ahí esta la clave de todo tratamiento, la estabilidad emocional individual y familiar, lo espiritual, el sentirse en paz consigo mismo y con los demás, regalar abrazos, besos, te quiero, te amo, no cuesta un céntimo, pero generan una emoción, satisfacción y energía positiva para quien los recibe.
Una de las siete leyes del éxito es abrazar a alguien, aunque sea a un árbol y habla con el hermano árbol que él te escuchará también es un ser vivo. La felicidad se construye a través de esas cosas que te permiten ser en esencia, aquellas cosas que te llevan a tu equilibrio y te permiten experimentar paz interior. La felicidad no es un estado emocional concreto, es una forma de vida.
Ashley Fern, escribe: “La felicidad es un estado mental. Es la habilidad de tomar lo que la vida te ha dado y personalizarlo de manera que sea favorable para ti. La felicidad es el producto de vivir una vida llena de significado y amor”.
Por su parte, San Agustín dice que el camino a la felicidad está en Dios. Dios es fuente de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito. Concibe la felicidad como gozo de la verdad. Cada hombre es lo que ama.
Una corriente de la filosofía griega que se dedicó a analizar la felicidad fue el hedonismo. Para su máximo representante, Epicuro, la felicidad significaba experimentar placer, tanto a nivel físico como intelectual, huyendo del sufrimiento. No obstante, también indicaba que la clave para ser feliz radicaba en evitar los excesos, porque estos terminan provocando angustia.
Epicuro apuntaba que se debe cultivar el espíritu sobre los placeres de la carne y que es imprescindible hallar un punto. Matthieu Ricard, un biólogo molecular que dejó su carrera para abrazar el budismo, nos devela otro de los secretos de la felicidad. Ricard recibió el título del “hombre más feliz del mundo” Según Ricard, el altruismo y la aceptación del presente son las claves para alcanzar la felicidad auténtica, pero es necesario ser perseverantes a lo largo del camino. También indica que debemos focalizarnos en nuestro interior, en vez de concentrarnos en el exterior, e ir poniendo en práctica pequeños cambios que nos proporcionen alegría interna.
Para el filósofo griego Sócrates la felicidad no viene de recompensas externas o reconocimientos, sino del éxito interno. Al reducir nuestras necesidades, podemos aprender a apreciar los placeres más simples.
Existen en la química del cerebro humano una serie de neurotransmisores vinculados con la sensación de bienestar y de plenitud, cuando no de alegría y euforia. Algunos los llaman las “hormonas de la felicidad” y se conocen como endorfinas.
Segregadas por la glándula pituitaria y el hipotálamo, tienen un efecto analgésico y de bienestar en el organismo, cuyo efecto no es demasiado duradero. Las endorfinas se producen ante estímulos determinados y bien específicos: el orgasmo, el enamoramiento, el consumo de chocolate o de picante, la excitación sexual o incluso el dolor (como un atenuante natural).
De acuerdo con muchas filosofías, el amor es un ingrediente clave para la felicidad. Diversas tradiciones poseen relatos al respecto: el triunfo en todas las áreas de la vida excepto en la del afecto y la pareja es capaz de hacer miserable al hombre más exitoso, e incluso al contrario: es capaz de hacer mucho más llevadera la pobreza y la derrota, pues los seres humanos somos seres.
Gregarios y tendemos a valorar la compañía de los demás. En ese sentido, el amor suele valorarse como una fuerza positiva, que impulsa al hombre hacia la felicidad y que le sirve de sostén en las Ocasiones difíciles.
Si bien son muchos los filósofos que abordan el tema de la felicidad, Ortega y Gasset encuentra una definición inmejorable. Opina que aquella se produce cuando coinciden “nuestra vida proyectada”, en referencia a todo lo que queremos y buscamos ser, con “nuestra vida efectiva”, que es lo que en realidad somos.
Las personas que son muy felices se presentan ante los demás con un elevado optimismo, lo que las motiva a ir en búsqueda de nuevos objetivos.
Si la felicidad se vendiera en botellas o en paquetes, o embazadas como perfumes, cuanto valdría una porción, nos embriagaríamos de una felicidad artificial, por eso debe buscarse en el interior, en su alma, allí esta ella, vaya por ella, déjela que escape y gócela, vívala, compártala, regálela por montón.
Dedíquele tiempo a su familia dígale lo importante que son para usted, dígaselo ahora que ellos están vivos y usted está vivo, o deje el cariño para mañana, el cariño y el amor se dan hoy comparta tiempo con ellos.
El hermano mayor de la felicidad es el amor y así lo confirma el apóstol Pablo en su carta a los corintios: El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido.
Y recuerda, la felicidad no es una meta, sino un camino a recorrer. Trabajar por ser cada día un poco más felices está en nuestras manos.