“Es extraño lo que pasa entre los santos y yo, cada uno escribe una carta, cada uno pide un favor”
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Los santos y yo’ de la autoría de Héctor Zuleta, incluida por el Binomio de Oro en el LP ‘Por Lo Alto’ en el año 1976, la cual hemos recordado a propósito del tema que compartimos con nuestros lectores.
Como se sabe, el tiempo es inexorable, no se detiene, nos acercamos cada vez con más prisa a la temporada más linda del mundo, la Navidad, la rueda del tiempo ha echado de nuevo a andar y en nuestra mente resulta imposible detener el caudal de recuerdos que llegan para ponernos de presente que definitivamente, se ha confirmado el aserto campechano que nos dice que “Todo tiempo pasado fue mejor”.
Octubre llegó trayendo consigo a la puntica de nuestra memoria que era el mes durante el cual caían sobre mi pueblo todas las aguas lluvias que San Pedro había guardado durante el año, nos bañábamos en los aguaceros y las gotas se sentían estruendosas sobre la cubierta de zinc de mi casa, era fácil enterarse si el aguacero era fuerte o se trataba de un ‘chubasco’ pasajero, los campesinos se alegraban, se salvaban las cosechas atropelladas de inclementes veranos, fumigaban los roseríos con veneno que vendían en el Almacén Agropecuario que existía en la Caja de Crédito Agrario Industrial y Minero. Esas fumigaciones las hacían con bombas manuales que cargaban en la espalda, y también usaban unos motores que más nunca he vuelto a ver, así limpiaban potreros, moría el brusco y se salvaban los pastizales y los cultivos de maíz, al fumigador le pagaban sus servicios “por día” y los venenos a nadie les causaba daño, no sé cómo hacían, porque la vaina era limpio a limpio, no existían las medidas de bioseguridad que ahora se conocen.
También en octubre dispuso Dios ubicar un día cívico en mi corazón, porque el 26 de ese mes, Día de San Evaristo cumplía años Evaristo mi padre, a quien colocaron ese nombre precisamente porque así lo indicaba el Almanaque Pintoresco de Bristol, era uso y también costumbre, arraigada y respetada en aquellos tiempos, cuando no había ni Internet ni televisión para copiar nombres extranjeros impronunciables.
Cada 24 de octubre nuestros pueblos quedaban casi solos, porque la gente se iba desde las primeras horas para ‘Calabacito’, hoy municipio de Albania para asistir a la misa de San Rafael Arcángel, el patrono de los calabaciteros.
Recuerdo que era un viaje largo y demorado, pero muy esperado por los muchachos, porque nos llevaban allá para esa fecha especial para cumplir las promesas que nuestras madres hacían por nuestra salud, y era usual que nos cargaran para que con nuestras propias manos le colocáramos al santo, una cabecita de oro, un hombrecito de oro, o un bracito de oro para dar cumplimiento al ofrecimiento que hacían por nosotros, por un dolor de cabeza, la lesión de un brazo o por otra enfermedad o calamidad. En frente de la iglesia se sentaba una señora con una cajeta, todos la rodeaban, se encargaba “de vender los milagros”, allí mismo iba echando la plata, era una honrosa responsabilidad que la feligresía encomendaba a personas insospechables, con ese dinero realizaban actividades relacionadas con la fiesta, y en algunos casos compraban vacas que pertenecían al santo.
Cada año cuando íbamos, había una estación obligada en Cuestecita, era imposible pasar por allí sin bajarnos, el pueblo permanecía impregnado del olor de la arepa de huevos, que hacía Germina Brito una gran amiga de mi vieja y otras mujeres, era un olor que nunca he vuelto a sentir, después de comer las arepas, reanudábamos el viaje, y tocaba pasar antes de llegar por unos arroyos pedregosos, la verdad, no sé dónde quedaba el sitio, pero los vehículos se estremecían, era una fiesta grande, era entonces el santo más importante que los conciertos que se acostumbra realizar hoy en día que han opacado el verdadero motivo de la fiesta, y cada vez es menor el fervor por el Santo Patrono en la medida de que se han ido acabando los viejos en nuestros pueblos, lo espiritual, está invisibilizado por lo citadino.
A propósito de esa fiesta patronal, me contó mi suegro Efraín Arregocés (q.e.p.d.) hombre de fe y verdad, que una vez durante las fiestas patronales de Calabazo, desde la víspera, se armó una parranda de amigos, y amanecieron, y uno de los presentes manifestó que tenía que ir a un predio bastante retirado del pueblo para ordeñar las vacas y soltarlas, y decidieron ‘Trasplantar la parranda’ todos se fueron con él a acompañarlo y seguir bebiendo un licor que estaba de moda, y competía con el chirrinchi, cuyas botellas, dijo que venían en sacos, no en cajas. Se llevaron la botella, pero allá en el monte se quedaron sin trago, y uno de los pasmaos, que se las daba de brujo pidió la botella vacía y se metió al arroyo que allí había y la enterró, regresó donde estaban sus compañeros, y dijo: “No se preocupen que el ron viene ya”, le preguntaron cómo llegaría, no dio explicaciones, momentos después, dijo: “ya llegó”, se metió al arroyo otra vez, desenterró y trajo la botella llena de ron, nunca lograron que les explicara el truco, ¿Cómo hizo? nadie supo, pero el tema no terminó allí, es que cuando regresaron al pueblo, les dijo: “Voy a pagar la botella” y le entregó la plata a la vendedora de ron, ella le preguntó qué le estaba pagando, le dijo: “En el baúl donde guarda el ron falta una botella”, la señora dudosa de lo que escuchaba entró al aposento y regresó para decir que ciertamente la botella no estaba, tampoco a ella le quiso explicar cómo hizo; se fue a la tumba y nunca reveló el secreto.
Vainas misteriosas suelen suceder, cosas extrañas en el mes de las brujas, y los milagros tienen mucho que ver con la proximidad de la Navidad ¡Se las dejo ahí!