Los afanes de la integración latinoamericana (¡) –añejo anhelo desde nuestra propia formación como entidad geopolítica–, se reviven con alguna intermitencia, según la intensidad que marque el pulso de tendencias y partidos de la región. Allende, Pinochet, Chávez, los Castro y las propias dictaduras del Cono Sur, la han impulsado, por lo que no es del credo exclusivo de nadie. Pero en justicia, hay que reconocer que la izquierda regional ha sido más acuciosa y grandilocuente en su promoción, hoy fracasada, por privilegiar, creemos, el ingrediente político, soslayando el verdadero desafío de aunar esfuerzos y voluntades hacia objetivos comunes de otra estirpe, más nobles.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), organismo intergubernamental que promueve en sus estatutos rectores, la paz, la unidad y desarrollo de los 32 Estados de la región –ya algunos se han retirado–, nació en 2010, pero su carta de navegación se expide en 2013, sumándose a la larga lista de iniciativas de esta índole. (En el libro ‘L.A: Su Deuda Externa’, de nuestra autoría, el fallecido expresidente Víctor Mosquera Chaux, en el prólogo, hace un exhaustivo registro de las mismas).
No obstante, se mantiene la penosa constante histórica de fracasos y desaciertos, como resultó evidente en el reciente encuentro continental realizado en México. Según los analistas, el momento que vive la región, no puede ser más “desabrido” e inoportuno para esos propósitos, por los altos niveles de “polaridad del subcontinente”, desde el río Grande a la Patagonia.
Nada que ver con el espíritu de integración del Congreso de Panamá de 1826, convocado a instancias de Bolívar y Miranda. Más bien lo que se respira hoy, es lo que Jorge Volpi con sutil ironía, en su libro ‘La Pesadilla del Libertador’, describe cómo los estereotipos de la “condición latinoamericana”: violencia, fútbol y realismo mágico, cada vez más arraigados en la cultura de los gobiernos y las gentes. Nada que tenga que ver con la grandeza que exige la unidad, o que se relacione con los desafíos del espíritu.
Volviendo al tema, López Obrador, como anfitrión de la reciente reunión, no logró tender un solo punto de acercamiento entre los asistentes, y antes por lo contrario, a su despecho, se evidenciaron con crudeza, las posiciones de confrontación y antagonismo entre los Estados, con puntos de vista tan diferentes, como grandes las fronteras que los separan.
Pero es que, además, agregamos, para el tema que nos ocupa, México, ha dejado hace tiempo de formar parte de América Latina. Su interés de integración mira más hacia EE.UU. y Canadá, que hacia sus hermanos latinos del sur.