“…quiero ser ese niño que un día ayer, tanto jugó, tanto corrió, con su inocencia de papel; que daría yo, verme otra vez, ese tiempo no ha de volver, y con todo aquel que vaya a mi pueblo, ahí les mando mis recuerdos… vuelvo aquí un ratico nada más, no es igual, para mí, la vida comenzó a cambiar; un día sí, el otro ya, ya me tengo que marchar”.
En 1991 ‘Poncho’ Zuleta acompañado por el acordeón del ‘Chiche’ Martínez, tuvo el acierto de incluir en el álbum ‘Mira mi Dios’ la canción que más me gusta de José Alfonso ‘El Chiche’ Maestre ‘Recuerdos de mi Tierra’ una remembranza de las navidades de su terruño, con la cual obtuvo el título de Rey de la Canción Inédita en Patillal.
A su letra corresponde el aparte que transcribimos preliminarmente, porque en cada una de sus líneas, siento palpitar las vivencias que llevó en el alma, en su melodía sentida va implícita la melancolía.
Así lo ha dispuesto ya el Almanaque Pintoresco de Bristol, nos encontramos inmersos en la época más linda del mundo, la Navidad, es cuando recordamos el nacimiento del mecías, y también los acontecimientos que en la vida nos han marcado por su impacto emotivo, y también por las sentidas ausencias, se rememoran los gratos momentos que se han vivido durante el periplo vital, pero también se hace más notoria la falta de la gente de nuestra costilla que no volveremos a ver más hasta cuando Dios haga posible nuestro reencuentro en el mundo maravilloso donde Él tiene a las buenas almas.
Nos ha sorprendido esta temporada de fiesta de fantasía y recordaciones una vez más en medio del miedo, la indisciplina social y la desesperanza, porque hace un año teníamos la convicción de que ahora sabemos que errada e invencible de que a estas alturas ya la pandemia sería cosa del pasado, pero no ha sido así, hay temor, y la verdad es justificado, hay mucho dolor y es inevitable, amenaza la incertidumbre y es entendible porque nuestra gente, aunque sea graneado, de uno en uno se sigue muriendo.
La vaina se alivia pero parece que no se cura, y empeora el escenario por la indisciplina de quienes creen que el Covid-19 se extinguió por Decreto, olvidan que al chivo lo coge el tigre es porque regresa a ver qué fue lo que lo asustó.
Ya escuché cantar el primer gallo de día, ellos también saben que se aproxima el gran acontecimiento de la natividad, seguramente es un canto para agradar a Dios para que calme la fuerza del mal que hoy tiene de rodillas a la humanidad, no olvido cuando mi vieja dijo que los animales presienten, advierten el peligro, perciben lo bueno y lo malo. También decía de esa peleonera ave de corral que en Navidad cantaba en cualquier momento, de día o de noche, y son muchos los momentos relatados en la Santa Biblia donde el gallo está presente, su canto lo escuchábamos en Monguí primero lejos, y después contestaban los más cercanos, ese cantar se confundía con los golpes del pilón, pun, pun, pun, pun, cuando Rita Rois pilaba el maíz para hacer almojábanas, cuajaderas y pastelitos.
En aquel tiempo cuando la Harina Pan era un producto exótico en la región, y solo tenían el ‘privilegio’ de comerla quienes la traían en diciembre de Venezuela y sus familias, era cuando las mujeres del pueblo se iban a trabajar en enero y venían en diciembre gordas y blancas, prueba inequívoca de salud y su bienestar.
Si este mes maravilloso hablara, le contaría a las nuevas generaciones que sus antepasados santificaban las fiestas, que nuestros pueblos gozaban juntos, y las verbenas que hacían en cualquiera de ellos propiciaban el desplazamiento para allá de la juventud para gozar.
Que durante el mes de diciembre se hacían fiestas para los niños de día y para los mayores por las noches con picó operados con motores que funcionaban con gasolina, que la música se contrataba por horas, las mismas no se guiaban por reloj, sino que se contaba un número determinado de canciones con granos de maíz las horas contratadas.
También deben saber nuestros muchachos, que los bailes en el pueblo no eran motivos de preocupación ni de zozobra, la gente iba a divertirse, a gozar, a enamorarse, y a pedir baratos, era la costumbre de pedir la pareja prestada a quien estaba bailando con ella, y tocaba regresar resignados a la mesa, era normalito que apareciera algún daña plante a echarle mano a la muchacha en el mejor momento de la fiesta.
Igual, cuando el pretendiente para bailar no era de su agrado la muchacha a quien invitaban a bailar decía “estoy cansada” , era como un balde de agua fría, pero igual su voluntad era respetada.
Como antes de que existieran las casetas cerradas con paredes de cemento los salones de baile se cerraban con guaduas verticales, muchas madres, pasaban la noche paradas con los ojos clavados por las hendijas vigilando el comportamiento de las hijas, y cuando lo consideraban suficiente ordenaban su partida. Ahí se le hundía el barco a más de uno, la orden de la vieja era inapelable y de obligatorio acatamiento, algunos abogaban y a lo máximo que accedían era que bailaran tres disquitos más y ya. Era cuando los hijos y las hijas respetaban a sus mayores, ahora son los padres quienes les tiemblan a los muchachos, recuerdo que mi abuelo decía, “con los muchachos no se pelea, se les regaña y se le dan órdenes y punto”.
Ya no es igual, la gente que organizaba las fiestas se ha ido muriendo, o se fueron de los pueblos, y les están quedando grande el legado de la alegría y el entusiasmo a las nuevas generaciones, muchos jóvenes en lugar de impulsar iniciativas de beneficio común, se dedican a criticar a quienes gestionan algo para su patria chica.
El individualismo ha conducido a que se piense en el beneficio personal, y para nada importa la pared de una caseta en el suelo, en cada baile no falta el nuevo guapo, el violento, el imprudente que le amargue la noche a quienes asisten para divertirse. Si se lleva de comer a familias que lo han perdido todo, no falta el irresponsable que diga que quizás cuánto se están robando con eso, en fin se requiere sacudir la conciencia colectiva para que la alegría y la solidaridad vuelvan a ocupar el corazón de todos, hay que trabajarle a los valores, no podemos permitir que la Navidad siga marchitada y nuestros pueblos se acaben, porque los buenos somos más.