Hoy resolví cambiar de tercio, para adentrarme en lo que llaman la decrepitud, que para desgracia de los que entramos en una edad que pasa los 70 años, se nos ve como ancianos, que han perdido sus facultades mentales y físicas. Perdónenme respetables lectores, a la mierda los que así nos ven. Cierto es, que cuando muchacho, lo que se agarraba con los cinco dedos de la mano en pleno, hoy se toma con la yema de los dedos, y… a veces con rabia, como sacando de su nido, a la fuerza, y por las orejas, a un conejito recién nacido, lo que antes era un lobo feroz.
Antes las reacciones eran de segundos, ahora pasan los segundos, hasta muchos minutos más de la cuenta, para que aparezcan las reacciones. Para un anciano, es preferible que las relaciones íntimas con la esposa, o con la novia, sean totalmente libres de tos seca o estornudos, la deducción es fácil encontrarla. No es menos cierto que, cuando un anciano sube un escalón, o baja una acera, parece que fuera a volar, eso es para buscar el equilibrio. Si se afeita, le quedan trozos de pelos, como gallo fino mal motilado, eso es verdad.
Que, si tiene puente o chapa, como se descuide, en una conversa emocionada, o acalorada, parece un mandril pelando los colmillos, con lo cual da la impresión de malgeniado. Cuando se llega a esos rangos de edades, se practica el importaculismo, que es una filosofía del almanaque pintoresco Bristol, impreso en Nueva Jersey, que muestra las variedad de facetas que por razones del tiempo, se generan cambios climáticos, posiciones de la luna, calidad de los huevos, que en ese librito, retrata, todo lo que influye en particular con el estado anímico, en que pareciera que algunas personas hubieran ingerido una sobredosis de Ecuanil, ya descontinuado, para atreverse a orinar los pies de la india catalina, los zapatos del arzobispo, o la puerta del despacho del alcalde Dau, y de sobre mesa, rascarse los testículos para constatar que están ahí todavía, cual más audaz bailarín y cantante, reguetonero o champetero.
No saben queridos amigos, darle valor a la vida y menos a la vejez. ¡Están jodidos! Entonces yo me pregunto: ¿Qué carajos hace un decrépito, con una mujer joven, o más adulta, con semejantes defectos de un anciano? Dicen por ahí…Platica, platica. Pero… ahora, cambiemos de tercio. Se han preguntado o imaginado: ¿cómo se vería una anciana, una mujer decrépita, con los mismos defectos citados arriba, especialmente en lo que respecta a las orejas del conejo, o la rascadura en el baile de la champeta o el reguetón? No es decrepitud, es la sabiduría de la vejez.