El día de ayer se celebró en el continente americano el recuerdo de la presencia de la Virgen María por tierras mexicanas.
Aunque el continente americano, mucho antes del desembarco de los españoles ya estaba habitado con una historia que se hunde en añejos milenios y que los investigadores poco a poco van desentrañando, recientemente, siglo XVI, la nova historia en pañales, sorprendió al mundo conocido con un encuentro singular entre un indígena, que pasaba de los 50 años con la Virgen María. Eran tiempos en que el indígena aún carecía de personalidad jurídica y su existencia era más que precaria.
El esplendor azteca y maya se habían esfumado; en el siglo XVI las etnias defendidas por unos y maltratadas por otros, no tenían espacio para su desarrollo. Los frailes franciscanos, y otros, impartían el catecismo en las iglesias doctrineras a las que acudían niños, adolescentes y adultos los domingos, de esta forma se pusieron las bases de una iglesia autóctona.
En la aurora de la Iglesia americana, la Virgen tuvo el detalle de dialogar con un indígena, por nombre Juan Diego. Por las narraciones de aquel tiempo retratan a Juan Diego como un hombre sencillo, discreto, prudente, con decisiones ponderadas, y además, ágil y activo.
Del diálogo entre la Virgen y nuestro protagonista solo nos quedan unos saludos muy familiares, unos detalles escuetos y la encomienda de la Virgen que deseaba se construyera una capilla donde ella pudiera compartir casa con sus vecinos indígenas, los criollos y demás gentes de la ciudad mexicana.
La Virgen encaminó los pasos de Juan Diego, nada más y nada menos, que al Arzobispo. El bueno de nuestro indígena no se arredró y se plantó frente al Arzobispo para darle el mensaje de la Virgen. Lógicamente, era normal que el prelado no creyera y que por tanto, pusiera condiciones.
El mensajero de la Virgen retornó al lugar del encuentro y ella envió al Arzobispo la prueba tan deseada. Siendo invierno y a pesar de este, la Virgen envió un ramo hermoso de rosas de castilla, que Juan Diego recogió en su tilma (ruana). Muy presuroso encaminó su carrera a la Curia donde cortésmente fue recibido nuevamente por el jerarca.
El indígena sin muchas palabras le dijo: “Aquí tienes la prueba de que quien me manda es la Virgen María”. Desplegó su tilma, de la que cayeron a tierra rosas rojas, pero, ¡Oh sorpresa! en la tilma de Juan Diego estaba impresa una preciosa imagen de la Virgen con unas características súper especiales.
Esa tilma fue recogida con gran respeto y amor y desde ese tiempo, hasta nuestros días, es vista, admirada y fervorosamente obsequiada.
La tilma no ha dejado de ir revelando poco a poco extraordinarias sorpresas. El rostro y la figura de la Virgen son autóctonamente indígenas. Se nota un tierno embarazo. En más de una ocasión científicos han notado signos vitales en la tilma, como por ejemplo temperatura humana de 36 grados. Han captado latidos del corazón. Estudios más profundos dieron a conocer que en los ojos de la Virgen se conservan imágenes que coinciden con las personas que estaban en el momento en el que Juan Diego desplegó su tilma.
Por otra parte, la tilma elaborada con elementos orgánicos debiera haberse descompuesto antes de 40 años y no obstante sigue entera, completa y presente, a pesar de situaciones adversas por las que ha pasado: incendio, un atentado con una bomba, malos tratos, en el sentido de estar a la intemperie, de ser tocada por devotos durante muchos años.
El manto que cubre a la Virgen está tachonado de estrellas, que, según los expertos en astronomía, coincide con el tachonado de estrellas del día de la muestra al Arzobispo.
Analicemos otros aspectos. Quienes entienden y llevan años de profunda y rigurosa investigación afirman que la pintura no tiene trazos, y para más admiración, el color no está pegado a la tilma, sino que parece flotar. El rostro y el cuerpo de la Virgen son netamente indígenas, es decir que se observa una indiscutible inculturación, la Virgen se adapta a la fisonomía de los indígenas. Otro rasgo que parece de poca monta, pero que tiene su razón de ser, es que la Virgen acepta el reto del Arzobispo, que pone condición para creerle a Juan Diego; es decir, obedece al Arzobispo. La Virgen no está por encima de la Iglesia, es un miembro más, aunque muy ilustre.
El signo es tan diciente y fuerte que el Arzobispo se doblega ante tan elocuente argumento. Cree, acepta la presencia de María. Reconoce la mediación del indígena y facilita los medios para iniciar las obras de una pequeña capillita.
Esta es la primera de muchas otras presencias de la Virgen en territorio del continente americano. María y Jesús son un dúo necesario. Uno no se entiende sin el otro, no ya por la fuerte razón de madre e hijo, sino por la significación familiar, la cohabitación con el género humano, la misión compartida dispuesta por el Padre Dios. María lleva dentro de sí a Jesús, como la Iglesia. María de Guadalupe es anuncio de la buena nueva para todo el continente. No obstante, las mezclas biológico culturales, seguimos siendo indígenas americanos con una Madre espiritual culturizada