“Amanece, y veo en el cielo, una luz allá en lo alto, me doy cuenta que hoy estamos a primero que acaba de empezar un nuevo año, buena suerte, no me quejo, de haber cumplido ya cuarenta y tantos y aunque no me siento nada viejo, se me notan las arrugas de los años, me dejo llevar de mi voluntad que me ayuda siempre y me lleva a todas partes, para que sufrir, para que llorar si me queda un mundo todavía por delante…Año nuevo, nuevo año la vida no se detiene, el sol sigue alumbrando”.
Es primero de enero, lo que pasó ayer ya es parte del año pasado, la música se escucha por todas partes, se escuchan gritos aun de gente alborozada que saluda y da el “Feliz Año” en el vecindario, mientras yo en mi hamaca en la terraza repaso mentalmente mis mejores recuerdos de estas fechas especiales, recuerdo a mis familiares que esta vez no estuvieron conmigo, la sensación de abandono es ineludible, intento plasmar en mi columna lo que siento pero es imposible, y para iniciar nuestra primera crónica del año, al fin una melodía con su sentida letra abre mi mente, me reincorporo y paso entonces a escribir, esa canción es “Amanece un nuevo año”, la optimista obra de la autoría de Polo Montañez que incluyó en su trabajo musical titulado ‘Guajiro Natural’ prensado por la disquera Francesa Lusafrica en el año 2000, sin imaginar entonces el epónimo hijo de Cuba que el final de su existencia estaba a menos de dos años de distancia, pues falleció en accidente de tránsito el 26 de noviembre de 2002 cuando ya con su inteligencia natural y sus bellísimas canciones, entre ellas ‘Un montón de Estrellas’ y ‘Guitarra mía’ se había convertido en una estrella del canto en el mundo, con la transparencia del campesino cortador de cañas, sin perder ni la cabeza ni la humildad, y cuando perdió la vida comenzó su inmortalidad, a esa canción corresponde el aparte preliminarmente transcrito.
Se nos vino enero encima con su cruel verano como dice Emiro Zuleta en su canción “Diciembre alegre” aquí esta con su frío mañanero y la cruda realidad, mi cuerpecito así lo siente, ha concluido una navidad marcada por la melancolía y la indisciplina social, la gente enloquecida parece emular al chivo, lo coge el tigre es precisamente porque regresa a ver que lo asusto, mientras la economía del mundo la sigue moviendo el negocio necrológico de los servicios funerarios, acaba de terminar una temporada de luces y sombras, muchos bailaron, otros lloramos nuestros muertos, el virus maldito tuvo el esmero de escoger lo mejor que se tenía en cada familia para llevarlos antes de lo previsto a la diestra de Dios padre, nos consuela recordar a mi vieja cuando decía que “El que se va,va mejor que el que se queda” y el testimonio de quienes estuvieron allá y tuvieron la dicha de volver dan cuenta de esa circunstancia, he escuchado ya tres testimonios coincidentes de personas que en su momento más crítico en las Unidades de Cuidados Intensivos, alcanzaron a irse, que lo que encontraron era de indescriptible belleza y antes de emprender el viaje de regreso entre nosotros vieron familiares y amigos que ya han partido, eso nos permite avanzar en el propósito de desentrañar el misterio de la muerte.