Hoy siento que es tan normal enfermarse y morirse, que ya no se escucha ni el repique del campanario de la iglesia, ni los llantos y requiebros acostumbrados en los velorios de la provincia. Con esta procesión de difuntos que ha dejado esta pandemia letal, se ha perdido hasta la formalidad del pésame y el ritual del cortejo fúnebre y parece como si a los difuntos los sepultaran de carrera o a escondidas.
Se vienen perdiendo las viejas costumbres del apoyo y el acompañamiento en el momento del dolor, porque la pandemia justifica el retiro obligado y la poca manifestación del afecto y la consideración al momento del duelo.
Pero la vida continúa y la familia cobró su verdadero valor y sentido en las actuales circunstancias. Aunque reconozco que hay muchas actividades de la vida cotidiana que desempeñan un papel sociabilizante por excelencia, el trabajo y el estudio en equipo y todas las modalidades del deporte, en especial el futbol, las manifestaciones culturales, folclóricas y el arte, saltan a primera vista.
También la búsqueda de un dialogo singular con Dios nos ha llevado a encontrarnos con nosotros mismos y con la familia, en la soledad del aposento para el fortalecimiento de nuestra vida espiritual y hacer un alto en el camino en los afanes de la vida.
Considero que el aislamiento social y el confinamiento obligado, mirándolos desde una perspectiva optimista también nos dejan una gran lección para aprender a vivir la vida y construir templanza y carácter en medio de la resiliencia.
Estamos vivos, que dicha, muchos murieron cuando tenían otros planes y otros sueños. La vida les jugó una mala pasada. Ya no están con nosotros extraordinarios seres humanos que nos dejaron un valor público importante para recordarlos. Murieron personas que no debieron enterrarse, sino sembrarse, para que siguieran dando sus buenos frutos.
Hoy se escucha decir, que todos somos iguales, que la vida está llena de vanidad de vanidades, y que, a la hora de la muerte, todos somos iguales y vamos al mismo sitio y vestidos con la misma pijama de palo.
Ya ni las cabañuelas pintan al llegar el mes de enero como antes, no hay señales del tiempo y se dificulta la lectura sobre las estaciones del año, para los entendidos de la tradición oral. La naturaleza también asimiló unos cambios que van desde la recuperación de sus fortalezas en el ambiente hasta el comportamiento del calentamiento global y el cambio climático para la conservación de la fauna y la flora.
Claro está, el hombre depredador de los bosques, no hizo sus intervenciones acostumbradas por las limitaciones de la pandemia. Por eso, podemos disfrutar el arco iris de la vida y del canto de las aves silvestres y el rumor de los ríos, quebradas y riachuelos.
Estamos vivos, nuestra respuesta ante la adversidad, siempre ha sido y será la vida. La experiencia vivida con el Covid-19, y la alegría de estar vivos debe darle un mayor valor a la existencia para respetarle la vida y la dignidad humana al otro, y esto debe ser un imperativo.
Esa lucha del hombre por el hombre y por las cosas vanas y materiales como el poder y la fama debe llamarnos a la reflexión y a la profunda maduración interior. La vida se termina en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, que puede ser en cualquier momento, por eso, debemos vivir la vida aprovechando cada día como si fuera nuestro último chance.
Estamos llamados a vivir en armonía, en paz, entendimiento y concordia con los demás. Estamos vivos para ser solidarios, para servirle a los demás y a las buenas causas y para serle útil a la sociedad, pensando más en el bien general que en el bien particular.
Aunque consideremos que tenemos la vida colgada en otro cielo y que nos alumbran otras estrellas, dejemos que nuestra luz sea antorcha del camino de otro, si no de nada sirve nuestra luz.
Estamos vivos, no para seguir llevando una vida de pendencieros ni holgazanes ni egoístas ni soñadores de la fama y el poder para golpear a los demás.
Estamos vivos por la misericordia de Dios, porque, así como los demás se descolgaron del racimo del árbol de la vida y cayeron como frutos podridos a las fosas de los leones, pudimos haber sido nosotros, pero su gracia nos salvó.
Estamos vivos y esta es nuestra segunda oportunidad de recomponer nuestra vana manera de vivir, pensando en ser más útil que importante. Pensando, no en tener poder, para poder, sino para servir.