La forma silenciosa en que el mortal Covid-19 ataca a las personas, nos pone en advertencia que el virus no tiene distinción de raza, religión y nacionalidad, no respeta la condición ni la cualidad física de las personas, mucho menos su estrato social, concepción de belleza, grados de consanguinidad y afinidad, valores, actitudes, estilos y condiciones de vida. En conclusión, por muy cercana o lejana que sea la otra persona, no deja de ser un peligro para mi salud y hasta para mi vida. Eso es lo que concluimos con ‘Caras vemos, Covid no sabemos’.
Con todo lo anterior, la pandemia nos invita a mantener el máximo cuidado con la otra persona, no importa cuál sea su estirpe, linaje o abolengo, simplemente porque la irresponsabilidad de los insurrectos de la pandemia han potencializado su tercer pico, aumentando la positividad de la Covid-19, incremento en la ocupación de las camas UCI y agrandando las cifras de letalidad por temas asociados al virus. Los que no cumplen con el distanciamiento social y el uso de los equipos de bioseguridad así como las restringidas aglomeraciones, pareciera que no han logrado asimilar las consecuencias de la irresponsabilidad en medio de la pandemia.
Pero en medio del jolgorio por quienes se les olvida que el Covid-19 es un enemigo peligroso y mortal, y con el dolor que le genera a los familiares el fallecimiento de uno de sus integrantes, están los médicos y paramédicos que atienden a los pacientes infectados, de los cuales pocas personas reconocen en ellos el esfuerzo y el riesgo que corre por salvarle la vida a quienes resultaron afectados, pero más allá del compromiso de los hombres y mujeres de las batas médicas, están unos seres humanos que tienen alma, corazón, familia y también tienen el derecho a tener una vida sana. Los profesionales que manejan este tipo de situaciones, sienten el rigor de la pandemia y que al momento de llegar a su lugar de descanso acumulan esa serie de situaciones que guardan en la mente como registro fílmico de ver a una persona pidiendo oxígeno y un soplo de vida.
En medio de la comprensión y compenetración, los médicos que atienden a los pacientes infectados por Covid-19, también sienten el dolor que le produce al familiar la situación agonizante de los pacientes y la tristeza que se simplifica en el llanto de una persona en su condición de médico o paramédico.
Las cifras de letalidad de la pandemia han sido suficientes para el escarmiento y más bien tenemos que dejar a un lado la incredulidad para someter a desconfianza a quien tengamos al frente. Para eso debemos aplicar ‘Caras vemos, Covid no sabemos’.