La cultura y el comportamiento de los costeños y en especial de los habitantes de La Guajira, ha sido considerada de gran admiración por parte de los interioranos, tanto que se han convertido en los grandes consumidores de los libretos televisivos y todo lo que guarda relación con el contenido de las canciones de nuestros compositores e intérpretes, así como los mitos, leyendas y cuentos narrados por quienes tienen el don de expresar y gesticular en forma de chistes y de cuentos, toda nuestra riqueza cultural. Hasta allí nos parece perfecto que las historias reales e imaginarias de todo lo que encierra nuestra cotidianeidad, sea de gran consumo y valoración por aquellas personas que no son nacidas en el mundo de Macondo. Lo que no toleramos es que la prensa cachaca y las centralizadas autoridades bogotanas no respeten nuestra cultura, nuestros comportamientos y las manifestaciones regionales, quienes al momento de escuchar nuestras creencias, costumbres y tradiciones, le aplican un criterio de valoración que caen en la burla para uno y castigo para quienes tienen el poder de administrar justicia.
Particularmente nos parece como un acto de felonía, el hecho que muchos guajiros y guajiras se hayan bogotánizado y confabulado con la prensa cachaca para atentar en contra de nuestra cultura dicharachera y bonachona, siempre y cuando ese comportamiento no raye en las infracciones y los delitos que castiga la ley, pero también nos asombra la aptitud desnaturalizada de los guajiros bogotánizados que se han confabulado con las autoridades del interior del país para castigar y condenar a quienes hacen parte de las historias vivientes de nuestra región y del chismorreo propio de los cuentos callejeros, personajes de carne y hueso que nacen de la ociosidad de sus creadores con un sentido ‘garciamarquiano’.
Esos personajes que engrosan los congresistos geriátricos, los que narran los cuentos en los parques y las esquinas de aquellas verdades salpicadas con la imaginación propia de los años y que al final hacen parte del imaginario de nuestro acervo cultural, son lo que precisamente se sienten amenazados por quienes en su pueblo son humilde, pero cuando se convierten en citadinos pasan a ser peligrosos para quienes tratan de conservar la tradición oral. No estamos comulgando con el delito y muchos menos con la impunidad, lo que estamos criticando es la judicialización de las narraciones callejeras.
Siempre hemos criticado a quienes tratan de manejar ese concepto rastrero y abyecto de nuestras creencias, costumbres y tradiciones, no sin antes decir que la prensa bogotana y las mismas autoridades centralizadas en el mundo de los ‘Cachacos’, han demostrado una especie de animadversión a la tradición oral de nuestra región, pero quienes no tienen el rótulo de periodista y de autoridad, son todo lo contrario, son felices al escuchar las narraciones que se desprenden de la tradición oral de nuestros pueblos.