Cuando el nuevo coronavirus fue reportado en la provincia de Hubei en China a finales de 2019, pocos imaginaron lo que ahora es una realidad en casi todos los países del mundo. Muchos lugares en el mundo empezaron a experimentar lo que se debe experimentar en la guerra: el miedo a la muerte rondando, el tiempo detenido, la espera de un milagro.
Esther Gutiérrez mira fijamente cuando habla, mira con sus ojos que vieron la guerra. Tiene 40 años. Es una excombatiente de las Farc-EP que se encuentra en proceso de reincorporación desde 2017 en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación –Etcr– de Pondores, en Fonseca, La Guajira. Es una mujer fuerte, lo dicen sus ojos, pero también su tono de voz. Ha lidiado con la muerte y el miedo muchas veces en su vida, pero no disimula al sentir preocupación por el virus que desde hace un mes ronda también en La Guajira. Nunca había vivido algo así, y ahora teme que a pesar de intentar seguir las recomendaciones esto no sea suficiente.
En la comunidad del Etcr intentan estar preparados, seguir las normas que el Gobierno nacional, las organizaciones internacionales de salud y las entidades locales divulgan. Lavarse las manos, no tener contacto cercano con otras personas, toser y estornudar cubriendo la boca con el antebrazo, pero ¿Cómo pueden seguir estas normas a cabalidad cuando el agua escasea? ¿Cómo poder aislarse cuando los baños son compartidos y el Etcr tiene problemas de hacinamiento? No es fácil seguir las normas propuestas cuando las dinámicas en la ruralidad son diferentes. Cuando los recursos básicos no están disponibles 24/7. No es fácil luchar contra este enemigo invisible que no sigue nuestras normas y amenaza nuestra forma de convivir.
La subsistencia
La Guajira, es uno de esos departamentos que pareciera tener todo en contra. Según el último censo, realizado en el país (2018), del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) La Guajira tiene 825,364 habitantes entre los que se destacan diferentes grupos étnicos y una población elevada de mujeres, niños y migrantes venezolanos. Solo el 60,7% de las viviendas tiene suministro del servicio de energía eléctrica, 46,6% cuentan con el servicio de acueducto (agua), y 10,8% con algún servicio de internet.
En cuanto al sistema de salud, según la Contraloría General de la República, La Guajira cuenta con 84% de su población afiliada al sistema de salud, pero de este 84% la gran mayoría hace parte del régimen subsidiado, lo que refleja la realidad socioeconómica en el Departamento. Los principales hospitales e IPS se encuentran en su capital Riohacha, que por falta de servicios e infraestructura parece no ser suficiente para responder a las necesidades de los guajiros y los migrantes.
Colombia ha tenido una deuda histórica con el Departamento por décadas. Esther conoce de estas necesidades hace tiempo y gran parte de su trabajo junto a los demás excombatientes ha consistido en fortalecer los mercados locales y la economía solidaria entre las cooperativas de la región. Gracias a su liderazgo y el de sus compañeros, le dieron vida al proyecto de impacto rápido de ‘Fariana Confecciones’.
Se trata de un proyecto de costura que cuenta con 21 máquinas de coser, en donde se han capacitado a los excombatientes en proceso de reincorporación en patronaje, corte y confección. Este taller de costura contó desde el inició con el apoyo de la Misión de Verificación de la ONU, Pnud y la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN).
Esther labora hace más de tres años ahí, confeccionando uniformes de dotación y prendas de vestir para empresas locales y una que otra de Bogotá. Aunque acepta que la costura no se le da muy bien y prefiere hacer labores de patronaje y corte y muchas veces también administrativas como buscar posibles clientes y dar a conocer el catálogo de productos, cuando llegó el nuevo coronavirus a Colombia las cosas también empezaron a complicarse para ellos. No podían parar de producir prendas porque son varias familias las que dependen de las ventas, entonces ¿Qué más podrían hacer?
Esther y sus compañeros del taller descubrieron que podían contribuir más en la pandemia de lo que ellos pensaban.
Tapabocas farianos
Hace unos meses estaban confeccionando uniformes para una empresa de Bogotá, pero en marzo empezaron a notar que los suministros de tela, hilos y cauchos no estaban llegando en la cantidad necesaria. A finales de mes, cuando se decretó Estado de Emergencia en el país debido a la pandemia, los integrantes de ‘Fariana Confecciones’, 10 mujeres y un hombre se vieron obligados a buscar una alternativa a su labor diaria que les permitiera aprovechar su conocimiento y las herramientas limitadas con las que cuentan en el Etcr.
De alguna forma había que seguir usando las 21 máquinas de coser que se encuentran en un taller ubicado dentro del Etcr, son el único taller de costura de la zona, pero no había suministros ni forma de comercializar ropa en estos momentos. Así que pensaron que la elaboración de elementos de protección parecía una buena alternativa, y una forma de contribuir a mitigar el daño que la pandemia puede llegar a causar en un departamento como La Guajira.
Pidieron a cooperación internacional 12 metros de tela, y la Misión de Verificación y Pnud colaboraron donando 12.000 piezas cortadas de tela quirúrgica para la elaboración de tapabocas listos para su confección. Esther está agradecida por el acompañamiento que han realizado con la donación de estos materiales. “Esta situación no es fácil pero mientras haya trabajo, hay bienestar. Porque si no fuera por esta ayuda nosotros estaríamos encerrados en la casa, haciendo nada. Es un apoyo fundamental para nosotras como mujeres, que muchas somos cabezas de familia y tenemos hijos y nietos pequeños por los que nos toca responder» dice.
Cuando los suministros llegaron al Etcr a mediados de abril, ya no había tiempo para perder. Al principio no fue fácil, ‘Fariana Confecciones’ solo puede laborar de 8 de la mañana a 4 de la tarde debido al consumo de electricidad de las máquinas de coser y a que el Etcr se abastece de una planta de energía que funciona con combustible, así que tenían que racionar la energía y confeccionar por turnos.
Debido a estas restricciones y a que la confección de los tapabocas es nueva para ellos, Esther cuenta, entre risas, que ahora al día hacen entre 500 y 600 tapabocas, con tres reforzamientos de tela y sus respectivos elásticos. Ya están próximas a terminar de confeccionar los 12.000 tapabocas y ahora invierten la mayoría de su tiempo en el empaque del producto y su posible comercialización y distribución.
Tampoco ha sido una tarea fácil. Al no poder salir a buscar posibles compradores, intentan llamarlos o enviarles la información del producto por correo electrónico pero la señal de telefonía como de internet son deficientes.A pesar de los obstáculos, trabajan sin parar, trabajan los domingos porque quieren terminar los tapabocas antes de que la situación se agrave en el Departamento.
Esther cuenta que lo que más ha cambiado la pandemia en este lugar es la forma de relacionarse, viven preocupados que el que tenga que salir se contagie y por las dinámicas en las que viven compartiendo todo, terminen contagiados más de uno.
Tiene claro que “la idea con los tapabocas nunca fue lucrarse, el precio de base por unidad de los tapabocas es de 1.400 pesos, pero si compra la caja de 40 cada tapabocas costaría 1.000 pesos”, aclara Esther.
Lo que este grupo de excombatientes quiere hacer con su trabajo es contribuir a reducir las posibilidades de contagio del servicio médico y las comunidades aledañas al Etcr. El 30% quieren donarlo a las comunidades y el resto comercializarlo en los centros médicos y hospitales del Departamento, así como a las personas que más los necesiten.
Fuente Pnud