Por José Rafael Robles Mendoza
Villanueva hace parte del cinturón de municipios del sur del departamento de la Guajira. Asentado en el pie de montaña de la Serranilla de Perijá; si miramos hacia el occidente nos enfrentamos con la celosa Sierra de Santa Marta y por el oriente el impetuoso mirador del Cerro Pintao, que es una elevación montañosa entre Venezuela y Colombia que son fuentes de inspiración de los juglares de la música vallenata.
No me canso de escuchar la frase: “Villanueva, Cuna de Acordeones y de dinastías”, donde el acordeón, la caja y la guacharaca se convierten en herramientas pedagógicas que estimulan e incitan al canto y a la composición de canciones llenas de melodías que narran historias de la vida real, al igual procesos de pensamientos imaginarios.
Cuando uno recuerda las obras literarias leídas del más grande culto de la letra española, el caribeño Gabriel García Márquez, el cual, pienso dejó su legado incompleto, es para quitarse el sombrero y afirmar sin recelo alguno que hablar de Villanueva es hablar de Macondo y viceversa. Villanueva es un pueblo macondiano.
El uso y manejo de esos instrumentos musicales marcan un hito histórico a nivel peninsular, debido a que permite que los guajiros se enamoren de estos y se lancen en ristre hacia ellos con el único fin de extraer melodías para expresar sus encantos que convierten en poesías con música.
Hoy se vivifican esas historias con el nombre de clásicos del vallenato, sus mejores intérpretes en este género encontramos a: Emiliano y Thomas Alfonso Zuleta Díaz, Ildefonso Ramírez Bula, Rosendo Romero, José López y otros… porque la lista sería interminable.
Muchos miramos hoy con preocupación si desaparecerá la esencia de la música vernácula del viejo Emiliano Zuleta y de ‘Bolañito’; hoy empleo un concepto ecosistémico: “Desarrollo Sostenible” y pregunto ¿Cuál es el legado que dejamos a las futuras generaciones?. Porque del semillero de compositores y ejecutores de estos aires hay nubarrones o podría llamar también cumbres borrascosas, porque se nota que por sus venas no corre sangre untada de genes segregados de las dinastías de las que hacen parte.
Se está perdiendo el horizonte, el encanto que nace de lo más íntimo del ser, producto de amores y romances, los cuales llevaban implícitos sentimientos enviados con alma vida y corazón. Se nos metalizó el vallenato. Quedan para la historia como reliquias esas hermosas expresiones cantadas en el museo de sueños perdidos.
El Festival Cuna de Acordeones es la columna vertebral que soporta la responsabilidad de que la música de amores y de cuentos llevada a la pantalla no pierda la fosa de la cual nacieron o permitir el peso evolutivo de que todo cambia y nada permanece igual.
Sería importante crear una ruta turística que lleve a propios y extraños a conocer los lugares de asentamiento de cada una de las familias musicales resaltando en cada una de ellas los personajes que han enriquecido el folclor vallenato de este terruño de la costa Caribe, que hagan su aparición los maestros (as) que puedan hacer germinar el potencial lirico donde se refleje la herencia ancestral de sus agentes que partieron a la eternidad y con los que permanecen físicamente entre nosotros.