“Año nuevo, vida nueva, más alegres los días serán, año nuevo, vida nueva con salud y con prosperidad”
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Año nuevo, vida nueva’ de la orquesta Billos Caracas Boys, una de las obras musicales emblemáticas de la Navidad, la cual hemos recordado a propósito del tema que ocupa nuestra atención.
Ha culminado el año viejo y comenzado el nuevo pletórico de expectativas, preocupaciones y cosas por hacer, tuvimos ya la oportunidad de despedir cada quien a su manera el que se fue y de recibir el que se nos vino encima, indiscutiblemente muchos quizás no querían que 2019 se fuera, otros por el contrario miraban ansiosos el reloj para que se fuera, con la esperanza de un mañana mejor o convencidos que sería la oportunidad de esconder el mugre debajo de la alfombra.
Como a mi vieja le gustaba, allá estuvimos en Monguí en la puerta de la casa con familiares y amigos durante esas horas cruciales, antecedido como Dios manda, mi saludo a mi hermana en la Ranchería, la visita a la tumba de mis viejos en el cementerio, un friche con bollos que prepararon a dos manos mi prima Melvis y mi tía Nelis Medina, un arroz de cecina bien apastelado con yuca de Cueva Honda que hizo Marquesita Romero, la música arropaba a mi pueblo, llegaron a saludarnos personas con quienes deseaba encontrarme desde hace mucho tiempo, tuvimos la grata presencia de quien pensé que era un jeque árabe petrolero y resultó ser un empresario monguiero, todo como sé que le agradaba a mi madre y a mi padre, esperamos con el corazón latiendo aceleradamente segundo a segundo, el Feliz Año con el optimismo de quien espera para sí y para toda la familia y los amigos, una larga vida. No había duda, el lugar donde enterraron mi ombligo estaba de fiesta, no habían motivos para preocuparse.
Como era de esperarse, el júbilo estalló, llegaron las 12, en el picó de ‘Chory’ Medina al lado de nuestra casa sonaba insistentemente la canción de Aníbal Velásquez “Faltan cinco pa’ las doce”, decía que se irían corriendo a la casa a abrazar a su mamá, la mía no estaba, pero desde el cielo nos estaba mandando a esa hora su bendición, su mecedora permanecía vacía, ese vacío extraño que también se siente en el alma cuando se ha ido para siempre parte de nuestro ser espiritual, así embriagado de nostalgia y de recuerdos –porque nunca me he emborrachado– pasaron los minutos más breves de toda anualidad, el nuevo día, nuevo mes, y nuevo año iniciaba su periplo desbocado bajo los ojos vigilantes de la luna de mis primeros años, para llevarnos al futuro que nos espera engreído en su utopía y sabedor de su inminente reino.
Todo era maravilloso, y preparaba mi cuerpecito para realizar mi acostumbrada visita de cada primero de enero a la casa de Octavia Rodríguez y su familia a donde se juega dominó y siempre hay una presa, friche o sancocho para mí, cuando recibí la llamada de mi cuñado Aurelio Arregocés para enterarnos de la primera mala nueva del año, había fallecido Celinda, un ser humano maravilloso, prima de mi esposa y mi amiga desde hacía 30 años cuando a Barranquilla llegó a estudiar y le ayudé a conseguir donde vivir y en sus trámites de la universidad, me di cuenta entonces que la canción de Billos que hablaba de ‘Año nuevo, vida nueva’ no todas las veces se traduce en la absoluta verdad, porque la primacía de la realidad nos colocaba esta vez frente a una noticia que no era de buen recibo, de mi última conversación con ella cuando la vi por última vez el 28 de diciembre no se advertía que tuviera planes para irse, estaba enferma pero no la vi grave, por el contrario dijo que al sentirse mejor viajaría a Medellín para someterse a “un chequeo completo”, su optimismo nos hacía pensar en lo peor, la parca la sorprendió planeando asuntos futuros para sus dos hijas adolescentes, y segura de su pronta mejoría, así con año nuevo y muerte nueva terminó esa noche de fiesta, mía y de toda la humanidad.
Ante lo irreparable, nos fuimos todos a la 1:30 de la madrugada para Riohacha, al llegar a la funeraria tuvimos el nuevo impacto cuando nos dijeron que allí se encontraba el cuerpo inerte de mi amiga, pero que no permitirían nuestro acceso, así caímos en cuenta que en la ciudad no es como en nuestros pueblos, era imposible permanecer allí, a todos nos mandaron para la casa porque a fuera era peligroso por la cantidad de habitantes de la calle que por allí transitan, en los pueblos en cambio el difunto esta siempre acompañado de su gente, desde que deja de respirar hasta cuando se le deposita en su última morada. Dios debe estar satisfecho, porque faltando cinco para las doce, se llevó una gran mujer, así terminó para mí una fiesta de año nuevo que comenzó con música, comida, brindis y abrazos y terminó en las afueras de una funeraria silenciosa, fría y solitaria.