Comienza una nueva semana y quiero compartir con los amables lectores esta reflexión que escribí, apartándome un poco de la temática que suelo tratar en esta columna.
Facebook está lleno de cadenas de oración, imágenes religiosas, comentarios de la misma índole, invocaciones divinas y «bendiciones» por doquier. Parece que se desató un fanatismo religioso en esta red social que raya en lo ridículo y que le ha quitado el encanto que antes tenía.
La religión es un asunto privado de cada quien que no debería –en mi opinión– tratarse públicamente, pues a nadie importa la religión de otro. Creo que algunas personas cogen de parapeto a Dios en las redes sociales para aparentar un estado, cuando lo verdaderamente importante es estar convencido de que Dios vive en nuestros corazones, y nosotros vivimos en él conforme a sus mandamientos.
Mucha gente va a misa, lee la Biblia y tiene a Dios en su boca, pero no en su corazón; otros creen que lo tienen dando el diezmo o yendo al culto de su iglesia a cantar alabanzas. Para tener a Dios en nuestra vida tampoco se requiere de intermediario a un cura o pastor, basta una comunión íntima con Dios a través de la oración, elevada con fe y devoción, en un acto directo con el Señor.
Tener a Dios en mi corazón es vivir de acuerdo a su santa voluntad, estar en paz conmigo mismo y con los demás, en armonía con la naturaleza; ser prudente en lo que se dice y hace; evitar discusiones estériles y obrar con la razón, no con las emociones.
Tener a Dios en mi corazón es serle fiel a mi iglesia, a mi fe y a mis convicciones, sin que nadie me manipule; es superarme como persona para ser más humano, más sereno; disfrutar de la vida, la familia, la paz del hogar, la compañía de mis amigos y hasta del silencio disfrutar.
Tener a Dios en mi corazón es contagiar de alegría, poseer tranquilidad para manejar situaciones difíciles que no turben al espíritu; es tolerar las diferencias del otro, respetar sus opiniones o puntos de vista; no sentir envidia por nada, ser solidario, no meterse en la vida ajena y rehuir el chisme. Tener a Dios en mi corazón es ser ejemplo de vida y dar un buen consejo, tender la mano amiga y servir al prójimo.
Cuando uno tiene a Dios en su corazón no le hace mal a nadie, sencillamente porque como dijo Einstein: “Dios no creó el mal. El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos”.
Hay que honrar a Dios con buenas acciones para vivir en paz como él manda. En fin, una persona que tiene a Dios en su corazón vive feliz y hace feliz a los demás, porque es un instrumento de paz y amor de Dios.