Érase una mañana clara, fría y con mucha brisa del mes de febrero, me disponía a barrer el frente de la casa, como suelo hacerlo todos los días, y a su vez, revisar los tres árboles de mango de enfrente y al lado de la casa, para ver si los del ‘Cartel del Mango’, ya se habían llevado la cosecha de unos palos que no han sembrado, ni regado; mucho menos podado, para tener la desfachatez de recoger la cosecha.
La ironía más grande, encontrar las hojas verdes debajo de los árboles, acompañadas de los mangos biches, apenas terminando de botar la flor.
Se llevaron la cosecha esos bandidos. La profecía de mi esposa, se acababa de cumplir. No te hagas ilusiones con esos mangos, no los vas a probar. Me lo había advertido al llegar a Valledupar. De inmediato tragué en seco.
Al llegar al patio trasero, donde tengo el jardín botánico, donde siempre recuerdo y emulo a mi tocayo José Celestino Mutis, comencé a podar las sábilas, el llantén, la yerbabuena, el limón, el jengibre, el orégano, y demás plantas ornamentales.
De repente, me pega un olor fuerte, a corral de cerdo, a mierda seca. Revisé las chanclas, y estaban limpias. Olí las materas una a una, para ver si era el abono nuevo que había comprado en el vivero los Cortijos. Descarté esa posibilidad. Luego, fui a oler la alberca para ver si el agua estaba estancada y tampoco encontré respuesta a lo que andaba buscando. Olí a Mickey, nuestro perro, a ver si se había revolcado en una mortecina, y tampoco. Divisé por encima del techo, a ver si había algún ratón muerto, y nada.
Al pasar por la matera ubicada a la salida de la puerta trasera, al lado derecho de la reja, veo una flor hermosa, inofensiva, color morado. La aprecié de cerca, me agaché, la olfatee, y de hecho, era ella, estaba radiante, erguida, saliendo a plena luz del día, y mientras más calentaba el sol, su olor era más penetrante. Yo me reía, no lo creía, me encantan las flores, todas son olorosas y agradables; pero esta, fina, extraña, exótica, nadie la había sembrado, me imagino que su semilla llegó envuelta en los abonos que compró en el vivero Los Cortijos.
Mi esposa, la detesta, cada vez que siente el olor característico a pedo, la destruye, la arranca con esa furia y arrogancia, y la tira a la bolsa de la basura, y le amarra bien la boca a la bolsa, para que su olor no salga.
Lo bueno de todo esto, es que la bauticé como la flor del peo, es que la bendita flor, aparece cualquier día con su fragancia característica, y mi esposa, veterana, va, la arranca y vuelve y la vota. Voy a esperar el desenlace final, para ver cuál de las dos es más terca.
Su hoja es de color verde intenso, diminuta, y a corazonada. No crece mucho, pero el olor sí trasciende olfatos. Como todo jardín de rosas tiene espinas, en mi jardín botánico, la flor del peo, es el lunar negro, pero para el olfato. Esa especie es terca y perseverante, la arrancan y sale con más furia y vigor.