Siempre me ha llamado la atención el llamamiento que hacen organizaciones revolucionarias o de izquierda sobre hacer del 2022 un año de resistencia. Una vez dije en una exposición en Ecuador que yo nunca estaba en resistencia, que yo estaba según me enseñaron, en permanente ofensiva contra el enemigo. Según el diccionario, resistencia es: Sufrir un padecimiento físico y moral, o una persona que lo causa, sin dejarse vencer por él y, a menudo, sin quejarse o evitarlo. Entre todas las significaciones de la palabra o el vocablo, esta es para mí, la más precisa. Por lo tanto, nuestro objetivo no es, no dejarnos vencer, es, vencer.
Resistencia se asemeja mucho a renuencia, reticencia, etc. La resistencia tiene una connotación de moderación, que es lo que le gusta al régimen, aplaude y premia. Contrario a la rebeldía en las calles, a la acción movilizadora del pueblo, a la unidad combativa, el alzamiento popular como el que se dio en nuestro país a partir del 28A, muy superior en combatividad que el paro cívico de 1977, la consigna para el 2022 y los años venideros es elevar el nivel de lucha y de conciencia, arrancar del régimen mayores conquistas, fortalecer la unidad.
Veo esta utilización de la resistencia, más por el lado de mostrar una actitud pacifista, de demostrarle o convencer al agresor que no esgrimiremos, en absoluto, ninguna conducta que ponga en riesgo sus intereses y, no debe de ser así, nuestra actitud es de confrontación permanente para debilitar al enemigo de clase, derrotarlo, no atrincherarnos.
Lógico que durante 500 años nuestros aborígenes permanecieran en resistencia frente al feroz invasor español: el conocimiento, la superioridad de la fuerza, las armas modernas frente a las piedras o lanzas, etc, hacían inmensamente desproporcionada la confrontación; no solo resistieron sino que fueron sometidos. Pero aún, persistir en la consigna de la resistencia indígena me suena supremamente sospechoso, hoy las condiciones de la lucha son diferentes: la existencia de sectores políticos consecuentes con la lucha popular, la existencia de un amplio marco conceptual de la confrontación con el enemigo común, los aliados de clase sobre todo la clase obrera, el campesinado, etc, en vez de la resistencia es la unidad, la consigna a levantar.
Indudablemente que habrá momentos de resistencia, por cuestiones particulares de la confrontación, incluso, determinar repliegues si es necesario, pero repito, son momentos o pasajes tácticos. Pero el objetivo, que es lo general, no debe perder su lumbre, el objeto de nuestra lucha debe ser claro, preciso, que sirva de orientador al grueso de hombres y mujeres que buscan un mundo mejor. El régimen también tiene su partecita en esta aptitud, hace sucumbir ideológicamente, elevando a los moderados como gente moderna, capaz de emprender y comprender la conciliación, ponerse siempre a un paso del acomodamiento político, pero, a costa de mantener la explotación, mientras se profundizan las condiciones de desigualdad.