“Y que un acordeón se oía más lindo, en plena madrugada”… ¡Claro que sí! Porque sus notas viajan mejor cuando son alcahueteadas por la oscuridad de la noche, en el pentagrama de los claros de luna y acompasados con el nordeste que refresca el alma y espanta tristezas.
Vivir en la península es acostumbrarse a la dos yuca sin aburrirse: a la que se come y a la que se escucha.
Un acordeón en pecho es el mejor embellecedor para cualquier masculino y las morisquetas que acompañan su ejecutar lo hace irresistible a los ojos femeninos, porque si, carajo. Porque nos acostumbramos a valorar nuestro folclor y a los hacedores del mismo los enaltecemos con miradas de admiración.
Cyrill Demian patentó este instrumentico por allá en los 800.
Borracho Cirilo de los Demonios que no sabía del regalo que hacía a esta tierra árida, que no se parece ni de refilón a esa Austria que lo parió.
Aquí apreciamos su invención más que en cualquier otra parte de toda la bolita del mundo y nos lo gozamos a cualquier hora, y más sabroso aún, si es de madrugada.
¿Será que Cirilo era el mejor amigo de Tomás? El escocés aquel que nos regaló esa poción mágica que nuestro galillo ama con locura y que aprendemos a consumir a temprana edad y a escondida de nuestros mayores.
Y es que no hay combinación más placentera pa’ un galillo peninsular, que las notas que salen del invento del austriaco con el néctar que escupe la botella del viejo Parr.
Ese aparatico es un cuentero, chacharero que habla más que tío conejo y se queja más que mujé celosa de hombre bandido.
Te clava espinitas en el corazón, sale de caza y deja un cóndor herido, te pone a buscar consuelo paz y tranquilidad y hasta te manda a suicidar por un desprecio, así el revólver sea de bollo de yuca.
Pero también te cuenta lo bonita que es esta vida, recita benditos versos, alegres y libres como el viento y te enamora de infinitas manera.
En el Caribe colombiano, especialmente en la península cabeza del mapa y en las tierras del cacique Upar, acordeón y sentimiento son la misma vaina.
No existe estado de ánimo alguno que no haya sido descrito por sus notas, recitado en forma de vallenato por nuestros juglares y repetido al infinito por la gente de mi pueblo, de cualquier edad, estirpe o credo.
Dar una vuelta en un carro, con el pasa cinta “a to’ timbal” es una costumbre que alegra el alma y que en nuestros años mozos se convierte en nuestro plan favorito.
Ahí, en esos vueltones se vive el ayer, hoy y mañana de un romance, porque hasta cuando se termina y le prosigue el despecho, nada mejor que una serenata en temple tanto para sacarse el clavo, llorar la tusa o usarlo como un As bajo la manga para reconquistar a la hembra retrechera.
“Si ellas es gustosa, se tiene que asomar y al día siguiente te mandará un recado”. pero si no te manda ni una señal de humo, la vaina está grave y “que sea seguro que ya no vuelve, que sea seguro ayyy que no te quiere”.
Se metió diciembre y con ello las ganas de regresar a casa se multiplican, sentir el olor de la guayaba y escuchar el rumor de mi tierra que no es más es un coctel de pregones callejeros del río de vendedores ambulantes y las notas inmarcesibles de los acordeones.
Solo bastan 4 palabras para ser feliz al infinito y decretar la apertura de las tan anheladas vacaciones de los centenares de estudiantes que regresan al nido: “Vamo a pegánolo primo”.
Que tengan ustedes un riohacherísimo día: alegre y cálido.