En el transcurso de estas semanas de crisis sanitaria, originada por la pandemia del coronavirus, se han producido inesperados cambios en las condiciones de vida y de trabajo de las personas en el planeta, por lo que se han dado cambios en la accesibilidad, necesidad y la seguridad de los alimentos. El planeta camina hacia una nueva realidad.
Este cambio genera un estado de alerta al considerar como servicios esenciales todos los productos agroalimentarios. La importancia de consumir productos sanos genera una alta biodiversidad microbiana en el organismo humano lo que contribuyen a fortalecer el sistema inmunológico, estos modelos de consumo crecen porque hay compras impulsadas por el miedo ante un latente desabastecimiento, ya que cada día hay más personas buscando garantizar su soberanía alimentaria.
La agricultura y la alimentación deben ser un servicio básico del sistema de vida. Pero los modelos económicos y la globalización implantada en los sistemas capitalista han destruido todo el tejido productivo del sector primario, que en situaciones como la actual podrían generarnos problemas graves de abastecimiento. Solo se espera que en los cambios se valore todo aquello que antes pasaba desapercibido, ya que se da por sentado que los productos no son cosechados en las estanterías de los supermercados, y que son accesibles solo gracias a esos hombres y mujeres del campo, a esos pequeños productores agropecuarios que todos los días del año, entre semana, festivos, fin de semana, con sol o con lluvia, truene o relampaguee, salen a trabajar la tierra para que los alimentos con los que se llena las despensas estén disponible para su consumo, mientras la población en general está confinada en sus hogares para evitar contagiarnos y propagar el virus. Es entendible entonces la importancia de ese primer eslabón, como sector primario de la producción, lo que lo hace un sector estratégico y el que no puede fallar, ni en las peores crisis.
Se debe entender entonces que el campo es imprescindible al tener una gran responsabilidad con nuestro país, y es la de garantizar la producción de alimentos, trabajando más para que nada falte y este perdure en el tiempo. Pero no es nada aconsejable ni tranquilizador que nuestra alimentación dependa de terceros países, por no tener Colombia una política agraria firme y coherente que consigne los requerimientos de su población. Esta política de globalización ha venido destruyendo todo nuestro tejido productivo del sector primario y que en situaciones como la actual nos generan problemas graves de abastecimiento.
La realidad del planeta es que existe una superpoblación de un poco más de 7.000 millones de personas, con diferencias culturales, sociales y económicas enormes, con diferencias geopolíticas, con dificultad para producir alimentos, y una pereza para asumir realidades como el cambio climático. Es esta nuestra realidad.
Esta crisis de pandemia refuerza la necesidad de que el mundo abra los ojos al campo, de la cual nos pone frente a situaciones impensables, como la escasez de alimentos que son esenciales, podemos encontrarnos en la situación de que, teniendo recursos, no podemos comprar los productos. Al darse este evento surge el egoísmo y aparecen las restricciones de movilidad de la cual estamos. Comienza el acaparamiento de alimentos y productos afines al consumo diario o a la salud, que se vuelven esenciales. Al respecto el Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos – PMA –, el estadunidense David Beasley ha expresado que se prevé para el planeta una crisis alimentaria debido a la pandemia del Covid-19, anunciando que esta hambruna será significativa en el tercer mundo.
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