El corazón ama, pero también mata

Siempre se ha considerado al corazón como el órgano del amor, la alcancía del querer, el depósito del sentir, del yo te amo, templo del perdón y el olvido, en su latido está compuesta la melodía de nuestra vida. Por lo que sabemos por más de 10.000 años la humanidad comenzó a relacionar este musculo hueco con el amor; por ejemplo, para los egipcios, lo semitas y otras culturas milenarias de él emanaba el amor y aún en la actualidad seguimos relacionando el binomio “amor corazón” la mayoría de los humanos continuamos relacionando este sentimiento supremo con el órgano cimero del sistema cardiovascular, así el amor que es omnipotente, omnisciente, omnipresente, todopoderoso y eterno.

En 1628 el científico inglés William Harvey descubrió la circulación sanguínea, entonces el corazón comenzó a ser considerado solo una bomba para impulsar la sangre. El cerebro desde entonces adquiere la preeminencia actual de ser el órgano más importante de nuestro cuerpo. Pero, ni aún con esta evidencia, nuestra substancia gris es relacionada con el amor. El corazón es el órgano ejecutivo principal, trabajador incansable, dadivoso, justo y equitativo, su eficiencia va desde muy temprano en nuestra vida embriológica hasta el último latido de nuestra existencia, está pendiente de todas las emociones y toda energía positiva o negativa le afecta inmediatamente; es por estas razones que el corazón y el amor se relacionan íntimamente.

El corazón como el amor está presente en la mente del escritor, del poeta, del versador, del compositor, del vagabundo, del loco, del feliz y del infeliz y hasta Caín tenía corazón. El verdadero amor mantiene al órgano cardiaco, vigoroso y saludable y este mantiene al individuo feliz, entusiasta y juvenil; por el contrario, cuando existe una decepción amorosa, el corazón sufre y desfallece. Se dice que derrama lágrimas de sangre (título de una canción del maestro Hernando Marín), de ahí viene el dicho: “Le rompieron el corazón”. Aunque parezca mentira o exageración, existen muertes debido al mal de amores. La mayoría de los suicidios son debidos a estas dolencias.

Por si usted no lo sabía, un corazón humano pesa entre 7 y 15 onzas (200 a 425 gramos) y es un poco más grande que una mano cerrada. Al final de una vida larga, el corazón de una persona puede haber latido (es decir, haberse dilatado y contraído) más de 3.500 millones de veces. Cada día, el corazón medio late 100.000 veces, bombeando aproximadamente 2.000 galones (7.571 litros) de sangre; por eso inundar al cuerpo con las hormonas del amor es maravilloso para el sistema nervioso y, por asociación, para el corazón. Esa sensación cálida de afecto agudiza nuestro sistema nervioso parasimpático y nos ayuda a relajarnos. Eso reduce el estrés y las sensaciones de depresión y ansiedad. La preocupación desordena el corazón, el miedo merma su capacidad, la rabia desata su desarmonía, la tristeza lo ralentiza y la alegría le devuelve su ritmo y su fuerza.

Tenga en cuenta, mi querido amigo lector, que es el corazón quien da el sentido a los cinco órganos sensoriales. Se le considera el “Emperador” de todos los órganos vitales, el que da vida a los sentidos. Ninguna máquina puede funcionar con tanta eficacia ni con tanta precisión durante tanto tiempo.

El corazón es un niño: espera lo que desea; Para Juan Pablo II, “la peor prisión es un corazón cerrado”.

Bendito sea el Dios de la vida.