Hace unos días, en el oeste de la ciudad de Cali, indígenas del Pueblo Misak o Guámbianos como se les conoce tradicionalmente, de manera sorpresiva, derribaron una emblemática estatua de Sebastián de Belalcázar, supuesto “explorador, descubridor y conquistador español”. Tal acción se llevó a cabo, en paralelo a las manifestaciones que se vienen desarrollando en todos los rincones del país en contraposición a la nefasta y clasista reforma tributaria impulsada por el congreso de la República y el presidente.
El hecho, lejos de parecer un acto vandálico, resulta en esencia, un intento sublime por reivindicar la memoria histórica del pueblo Misak, quienes, en el avance conquistador de las tropas españolas comandadas por Belalcázar, sufrieron en carne propia la devastación progresiva de la colonización europea hacia finales del siglo XVI, la drástica transformación de su cultura y el genocidio demográfico de sus comunidades.
Sin embargo, los estragos colonialistas no terminan allí en ese tramo de historia olvidada y añeja que a muchos no les interesa, porque a partir de la “supuesta conquista”, el pueblo en general vio removida sus entrañas con una fuerte disminución de sus comunidades. A partir de allí, una advenediza “colonialidad del saber” empezó a pavonearse en todos los corredores de la patria, ahogando hasta el día de hoy, a las nuevas generaciones en los mismos torrentes de pasividad que se llevaron a la tumba nuestros primeros compatriotas.
Los conquistadores españoles, en su mayoría saqueadores, violadores, genocidas, embistieron con fuerza a los pueblos indígenas de Colombia, diezmándolos de tal manera, que aproximadamente de 70 millones de indígenas que existían al inicio de la llegada de los españoles, cien años después, solo quedaron unos tres millones y medio. Un oscuro dato que debería ponernos la piel de gallina.
Siglos después de que finalizara la invasión colonizadora y millones de indígenas hubiesen sido torturados, violados y esclavizados, la hegemonía eurocéntrica se trasladó a la misma esencia del saber y a una campaña evangelizadora con fines más económicos que humanos.
Entre las imposiciones españolas instauradas con mano de hierro, se forzó a los indígenas a aprender un lenguaje que no necesitaban y a recibir una educación regular a la que no estaban acostumbrados, porque, a su modo de ver, esos “indios analfabetos” necesitaban salir del oscurantismo cognitivo que los reprimía.
Así las cosas, a pulso y voluntad, los pueblos originarios han tenido que sortear las inclemencias de aquellos rastros eurocéntricos en sus tradiciones y esa interculturalidad funcional, que les ha valido un endeble reconocimiento en la sociedad, aún colonial, en la que vivimos, para un exclusivo interés del Estado.
No obstante, desde hace algunos años, los pueblos indígenas de nuestro país han originado movimientos pacíficos con el fin de buscar una reivindicación a su memoria histórica. A través de esa dinámica, más de 67 lenguas nativas aún siguen vigentes y una riqueza lingüística presente en más de 400 mil hablantes en la gran mayoría de los departamentos de Colombia.
Colombia y todo el mundo brindan homenaje en este día a uno de los escritores más famosos de España, Miguel de Cervantes Saavedra y su obra cumbre ‘Don Quijote de la Mancha’, pero creo que ya viene siendo hora de pellizcarnos, porque siglos después de la conquista, aún seguimos siendo colonizados, vivimos una “colonialidad del saber en todo su esplendor”.