La oscura, inédita y sorpresiva reacción del aun presidente Trump de los Estados Unidos de América de soliviantar los ánimos de sus seguidores y el asalto violento a la sede del Congreso, para no aceptar la victoria de quien tendrá que ser el nuevo mandatario, y según expresión ya acuñada, es una muerte anunciada. Desde hace ya varios años y varios períodos presidenciales se observa en la conducta ciudadana y política del país, que cada día se aleja más de sus principios básicos democráticos. Este valor vivido con tanta intensidad, se torna frágil, sin la fuerza original para mantener la continuidad hegemónica mundial de los Estados Unidos. La cruda realidad económica por la que pasa, los malos manejos políticos internacionales, las desacertadas decisiones en el manejo de relaciones internacionales en el Oriente medio, En Irak, y en otras latitudes; desde el fracaso en el Vietnam Norte América ha ido descendiendo; las grandes equivocaciones con el pretendiente a potencia mundial como es la China, la espalda dada a los países latinoamericanos, el maltrato a su población negra, son los ingredientes que poco a poco pasan factura a la otrora brillante potencia mundial, coloso del norte.
Las imágenes transmitidas por la televisión de la toma del Capitolio dan grima, pesar, sorpresa, desilusión. Y uno se pregunta: ¿es esto posible?, ¿cómo se está llegando a situaciones de violencia, de descrédito de las instituciones? ¿Cómo un presidente norteamericano puede descender a niveles tan bajos de inmoralidad pública?, pero más aún ¿cómo un pueblo antiguamente orgulloso de sus fundamentos, manifieste una reacción antidemocrática tan vergonzosa y declare que está decidido a que corra sangre para no admitir la derrota electoral?
En situaciones similares en el terreno latinoamericano, los latinos estamos familiarizados con este tipo de reacciones, para nosotros esos sufrimientos han sido asimilados y podemos y sabemos convivir con situaciones políticas anómalas, no así los así denominados norteamericanos. Ellos desconocen esas situaciones vividas en el interno de su país, pues aunque sus visiones políticas difieran en cosas secundarias para un norteamericano la democracia, los principios internacionales de prestigio nacional y su estrategia, estaban por encima de intereses particulares o de partido, si llegasen a naufragar el sufrimiento será inaudito, la violencia será desmedida y los errores se les acumularán a enésima potencia, hundiendo su historia para nunca más recuperar viejos tiempos de gloria.
Todo imperio tiene cúspide de señorío, pero la sabia historia nos enseña, que el abuso de sus triunfos, el maltrato injusto a los demás pueblos, el olvido a las necesidades de sus propias gentes, tarde o temprano se reinvierten en su prístina fuente, decayendo como las hojas del frondoso árbol en el otoño.
La globalización de la visión mundial en lo político, social y económico, la hegemonía de empresas multinacionales, dueñas del patrimonio mundial, inclinan la balanza de la nueva dominación, no bajo poderes humanos de prestigio sino dominados por sistemas técnico insensibles, inhumanos.