El tren de Macondo

Rayos y centellas fueron lanzados por una parte de la clase política del Departamento de La Guajira sobre sus colegas de los departamentos del Atlántico, Bolívar y el Magdalena que se confabularon, según ellos, para dejar por fuera a los guajiros del famoso Tren Regional del Caribe que todavía no es tren, ni se le parece.

Para calmar los ánimos yo le diría a mis paisanos que este tren de seguro no lo veremos nosotros en lo que nos resta de vida, de pronto, nuestros nietos podrán verlo pasar a lo lejos llevando consigo los restos de materias primas que dejaron en nuestro subsuelo las multinacionales que por más de cincuenta años arrasaron con todo a su paso, secaron nuestros ríos y convirtieron en un desierto nuestros preciosos bosques tropicales.

La historia de los ferrocarriles o de los trenes, como quieran llamarlos, en nuestro país está íntimamente ligada, en los últimos cuarenta años, a la explotación de nuestros recursos naturales, sin embargo, el suscrito rememora dos tortuosos viajes, de ida y vuelta, entre Santa Marta y Medellín, en un tren de pasajero que llamaban el ‘Expreso del Sol’ de las experiencias de mi niñez que no puedo olvidar son esas veintisiete tortuosas horas de un desesperante trac, trac, trac, de las ruedas chocando con los rieles, y un calor indescriptible, a tal punto que en la estación de Barrancabermeja pensaba que habíamos llegado al infierno.

En el Siglo 19 vale la pena evocar el famoso tren llamado Bolívar que partía de los muelles de Puerto Colombia hasta la estación Montoya en Barranquilla, por donde entró el progreso a nuestro país, pasajeros llegaron por miles y carga por toneladas para el interior del país aprovechando el río Magdalena. Con la apertura de Bocas de Cenizas, y del puerto fluvial en Barranquilla, perdió vigencia este tren a tal punto de observar atónitos como una obra de ingeniería portentosa, el muelle de Puerto Colombia, se cae a pedazos ante los ojos de los centralistas costeños, para que vean.

En la actualidad surcan nuestra costa Caribe dos monstruosos trenes que llevan en su interior carbón mineral, el primero el tren del Cerrejón que cruza La Guajira de sur a norte hasta Puerto Bolívar, el segundo el tren que sale de Chiriguaná, Cesar, hasta el puerto de Santa Marta, dejando los dos, a su paso, una estela de ruina y muerte, tal cual como lo anticipó ‘Gabo’ en Cien años de Soledad cuando el tren de su imaginación fue cargado, no con banano, sino con los cadáveres que dejó la matanza de las bananeras, es decir, el tren de Macondo.   

La incoherencia del asunto respecto de los trenes en nuestro país la tenemos a mano con solo mirar como casi en un siglo de estudios y de maromas jurídicas los centralistas cachacos no han podido poner en marcha un tren urbano, el metro de Bogotá, entonces me pregunto ¿Será que nosotros hijos del Caribe, sin peso político y demográfico, conseguiremos poner a rodar el Tren Regional del Caribe?

Para calmar los ánimos yo le diría a mis paisanos que este tren de seguro no lo veremos nosotros en lo que nos resta de vida, de pronto, nuestros nietos podrán verlo pasar a lo lejos llevando consigo los restos de materias primas que dejaron en nuestro subsuelo las multinacionales que por más de cincuenta años arrasaron con todo a su paso, secaron nuestros ríos y convirtieron en un desierto nuestros preciosos bosques tropicales.

La historia de los ferrocarriles o de los trenes, como quieran llamarlos, en nuestro país está íntimamente ligada, en los últimos cuarenta años, a la explotación de nuestros recursos naturales, sin embargo, el suscrito rememora dos tortuosos viajes, de ida y vuelta, entre Santa Marta y Medellín, en un tren de pasajero que llamaban el ‘Expreso del Sol’ de las experiencias de mi niñez que no puedo olvidar son esas veintisiete tortuosas horas de un desesperante trac, trac, trac, de las ruedas chocando con los rieles, y un calor indescriptible, a tal punto que en la estación de Barrancabermeja pensaba que habíamos llegado al infierno.

En el Siglo 19 vale la pena evocar el famoso tren llamado Bolívar que partía de los muelles de Puerto Colombia hasta la estación Montoya en Barranquilla, por donde entró el progreso a nuestro país, pasajeros llegaron por miles y carga por toneladas para el interior del país aprovechando el río Magdalena. Con la apertura de Bocas de Cenizas, y del puerto fluvial en Barranquilla, perdió vigencia este tren a tal punto de observar atónitos como una obra de ingeniería portentosa, el muelle de Puerto Colombia, se cae a pedazos ante los ojos de los centralistas costeños, para que vean.

En la actualidad surcan nuestra costa Caribe dos monstruosos trenes que llevan en su interior carbón mineral, el primero el tren del Cerrejón que cruza La Guajira de sur a norte hasta Puerto Bolívar, el segundo el tren que sale de Chiriguaná, Cesar, hasta el puerto de Santa Marta, dejando los dos, a su paso, una estela de ruina y muerte, tal cual como lo anticipó ‘Gabo’ en Cien años de Soledad cuando el tren de su imaginación fue cargado, no con banano, sino con los cadáveres que dejó la matanza de las bananeras, es decir, el tren de Macondo.   

La incoherencia del asunto respecto de los trenes en nuestro país la tenemos a mano con solo mirar como casi en un siglo de estudios y de maromas jurídicas los centralistas cachacos no han podido poner en marcha un tren urbano, el metro de Bogotá, entonces me pregunto ¿Será que nosotros hijos del Caribe, sin peso político y demográfico, conseguiremos poner a rodar el Tren Regional del Caribe?