A propósito de ‘Los Embarradores del Carnaval de Riohacha, y a pesar de ser yo un riohachero y además habitante del barrio Arriba,
nunca había vivido la experiencia de amanecer junto a ellos y observar de cerca esta tradición.
A pesar del desorden generado por algunos vándalos. Debo decir que esta costumbre es un espectáculo consuetudinario (dícese de lo que es tradición, costumbre o convencional en una persona o sociedad determinada), me robo aquí esta palabra muy propia del derecho.
Centenares de personas desde la tarde del sábado de Carnaval preparan su disfraz, una especie de saco viejo y una máscara, en la noche unos bailando en las casetas, en parrandas familiares o en reuniones de amigos, esperan hasta las dos y media de la madrugada del domingo para reunirse todos en el Parque del Cementerio, al lado del Monumento al Embarrador, en ese sitio de manera respetuosa y solemne se brinda un pequeño homenaje a los Embarradores fallecidos, y desde allí parten hacia un lugar ya determinado de los manglares cerca de la avenida Circunvalar. Allí se encuentra ya preparado el barro único y característico de Los Embarradores de Riohacha. Yo admiro a los que se embarran, y siempre me dije que yo nunca lo haría, enlodarse a esa hora y con ese barro maloliente y ese frío, me parecía algo difícil. Hoy después de esta experiencia, les mando un aplauso a los amigos y personas que lo hacen año tras año.
Felicitaciones a esas personas y a esas familias de Riohacha que siempre han sido Embarradores, esas personas que año tras año, madrugada tras madrugada, se embarran y van dejando esa semilla sembrada en sus descendientes. Esas son las personas que luchan por mantener una tradición. Cuando digo yo no lo haría es porque nunca había vivido esta experiencia, hoy entiendo lo importante que es, que en el núcleo familiar se siembren las costumbres ya que así nunca desaparecerán.
Mi madre una mujer de carácter fuerte, quien quedó viuda muy joven, a quien sola le tocó llevar las riendas de una casa no nos permitió nunca asistir a estos eventos. Cuando yo era niño y escuchaba el “juuuu juuuu” característico de Los Embarradores corría a esconderme, para mi eran monstruos que podían hacerme daño. Cuando me di cuenta que eran personas como yo y luego al descubrir en el manglar el sitio donde se embarraban el miedo pasó a la historia.
Quedé fascinado por la gran cantidad de gente. Entendí que no es locura de unos cuantos como yo pensaba, sino algo enraizado en la cultura de un pueblo. Algo que tiene su propio lenguaje, que muchos no entienden y que yo apenas empiezo a conocer. Un embarrador quería abrazarme y yo trataba de huir de ese abrazo maloliente, hasta que alguien del tumulto de gente me dijo: Si te va a abrazar es porque es alguien que te aprecia mucho, o acaso quieres ofender a un amigo. Entonces permití ese abrazo lleno de gran estimación, luego el Embarrador me habló al oído, y oh sorpresa ciertamente era un amigo “y de los míos”, como dice uno aquí en La Guajira para señalar a los amigos más queridos.
Me fui de parranda con mi amigo embarrador y descubrí con sorpresa, al llegar a su casa que toda su familia estaba esperándolo, como cuando un soldado viene de cumplir una misión. A pesar del frío de la madrugada y del barro mal oliente que todavía lo cubría, fue recibido con abrazos y besos, con música y con mucha alegría, desde su abuela hasta el más joven de la familia, lo abrazaban como a un ídolo de barro, como a un verdadero representante de la familia entre Los Embarradores. Los vecinos también se levantaban a felicitar al Embarrador de la cuadra, año tras año repiten el mismo rito.
Otra costumbre del Día de Los Embarradores es quitarse el barro entre centenares de personas en las aguas del mar Caribe.
Dice Orlando Vidal Joiro, en su libro ‘El pilón y los embarradores de Riohacha’: “Durante su recorrido Los Embarradores van dejando su huella en las viviendas y abrazando o tocando a las personas que se encuentran en el camino”. Esta madrugada la huella de Los Embarradores no se quedó en mis ropas, despertó en mí el amor por lo nuestro, el amor por conservar nuestras costumbres únicas.