Cuando un candidato habla sincero y con claridad lo que piensa hacer al momento de salir elegido, lo que haga por cumplir su palabra, no se puede catalogar traición al pueblo, y lo que un pueblo no haga a su favor, sin necesidad de protestar ni arriesgar su integridad física, ya que con solo una marca, como la quiera a un tarjetón en la realización de un plebiscito, pudiendo limitarle el periodo a los congresistas, igualmente bajarle el sueldo, entre muchas cosas nefastas existentes en la clase dirigente colombiana, que es el mayor desangre económico que tenemos y aún así no lo hizo, no entiendo al pueblo.
El padre de la ley 100 concebida en su primera etapa de congresista es el expresidente Álvaro Uribe, que al terminar su periodo constitucional no la desarrolló, pero sí dejó lista la plataforma y la promesa, de que si el pueblo lo elegía presidente, ocurría lo que ocurrió, Desarrollar en su plenitud dicha ley y gracias a esto no necesitó la segunda vuelta presidencial por su apabullante votación obtenida, muy a pesar que se avecinaba una tormenta en el sector salud, y el pueblo lo sabía. Hoy padecemos todos los males de esa creación, el paseo de la muerte de un paciente de institución en institución, la eliminación del situado fiscal que sostenía aquellos hospitales apartados, imposibles de auto sostenerse financieramente, y que atreves de esa figura el estado cumplía la función que la constitución le confirió, la prestación de servicio de salud a toda la población colombiana, ricos y pobres, y como consecuencia de la ley 100 tenemos los primeros hospitales cerrados en la historia colombiana, enfermos complicados en los pasillos hospitalarios por no estar carnetizados, ni mucho menos tener el dinero necesario para hacer el depósito que requieren las instituciones para poder prestar los servicios médicos necesarios y oportunos.
La otra promesa de Uribe en la reelección presidencial fue la reforma laboral, explicada con lujos de detalles para perjudicar a la mano de obra rasa, como la extensión de las jornadas laborales diurnas, que ya no terminan a las seis p.m. si no a las diez de la noche, ahorrándole a la clase empresarial para su liquidación cuatro horas diarias nocturnas ordinarias o festivas durante los 365 días del año entre otras cosas.
En su segunda etapa de congresista post presidencia, prometió reformas integrales en el país, para según él, componerlo de todo mal, y es lo que hoy conocemos como el paquetazo económico “Duquista” explicado por él hasta la saciedad, y la respuesta del pueblo fue reelegirlo nuevamente a la Presidencia de la República en cuerpo ajeno, y a él personalmente como candidato al Senado sufragándole un poco más o menos un millón de votos que le valió para mantener a su partido en el Congreso con los mismos números de congresistas, cantidad suficiente más una que otra coalición enmermelada, para darle vida jurídica a la reforma laboral, que no es más, que contratación por hora, reducción del salario para los jóvenes, eliminación de la pensión como derecho de los trabajadores, privatización de varias empresas rentables del Estado, etc. Todo esto favorece al empresariado como Uribe, que lo veo conectado con su gremio, aunque no lo comparta, pero lo entiendo, y al que veo en el lugar equivocado es al pueblo, que le vota copiosamente sus propuestas aunque después salga a protestarle, por eso, entiendo a Uribe, al pueblo no.