Inolvidable reunión

Gozo, alegría y satisfacción los sentí en estos días cuando asistí a la cordial invitación que nos hizo el doctor Antonio Arújo Calderón para deleitarnos con un suculento, delicioso y tradicional almuerzo; se lució el hijo de ‘Toño’ y Edys, con quienes tengo desde hace muchos años una estrecha amistad, más con ella que con él, con ella hemos tenido una amistad fraternal, conservada y acrecentada con el transcurrir del tiempo.

Lástima que el doctor Juan Carlos Quintero, nuestro patrón no hubiera asistido, también extrañamos a Jaime García y Julio Oñate, Juan Rincón, quienes no se excusaron al igual que Napoleón de Armas a quien de veras hubiéramos querido verlo. Entendemos las razones de José Ortega, Hernán Maestre, Rosendo Romero, José Atuesta, Darío Arregocés y Fausto Cotes, quienes se excusaron para no ir. Bueno, los que se perdieron de una reunión amena, agradable, de ambiente fraternal y un almuerzo del putas fueron ellos.

Que delicia oír a mi tocayo Romero Churio narrar bonitos e inagotables pasajes de su vida, escuchar a Hugo Mendoza, a Jacobo Solano hablar bellezas de la familia Monsalvo Gnecco, Edgardo Mendoza que es inagotable en apuntes de buen gusto, a Zafady siempre cortante, pero puntual, pues al otro Safady, nuestro director fue parco y callado y no podía faltar la presencia femenina con sus apuntes divertidos y la dulzura de mujer y ahí estuvo Zenaida al igual que José Castilla, quien también fue poco locuaz.

Antonio María nos atendió y se sobró, él personalmente estuvo pendiente de todo: de nuestra seguridad, una cerveza bien helada o un vino escocés, una botella de agua o un vaso de Coca-Cola Cero, el abanico para mitigar el calor, la picada de maní o papas fritas y en fin de todo lo que se necesitara para estar a cuerpo de rey, hasta los mangos vallenatos para despedirnos.

El “almuercito” muy criollo, pero delicioso y abundante, un arroz de fideos o palitos, con más fideo que arroz, acompañado de una panza guisada, pero solamente panza, nada de verduras o patas para complacer a Romero Churio que parecía preparada por la ‘Cacha’ Aponte, un guiso de gallina criolla para taparme la boca como muy pocos me he comido, parecía dirigido desde Guacoche por Lourdes, unos chicharroncitos crocantes de cerdo tiernito que se deshacían en la boca, parecían galletas de soda, un queso de La Paz, del mejor sabor del mundo, plátanos amarillos serranos de Los Encantos, tan dulce que parece que les echaran azúcar y agua de panela atanquera bien helada. Tan bueno era el ambiente, que no me dio sueño y no hice siesta, para mí inmancable.

Todo estuvo exquisito, pero tengo que anotar una ausencia garrafal, inadmisible en territorio pacífico, no hubo almojábanas, imperdonable, pero yo suplí su ausencia llevando unas deliciosas paletas pacíficas de coco, elaboradas por la familia Sehoanes Morón, que fueron devoradas en un santiamén.