Hay un día muy importante en la vida de todos los estudiantes universitarios y ese es su primer día de clases. Es un momento lleno de emociones diversas, ansiedad, expectativas y muchas preguntas que esperan respuestas.
Yo también tuve mi primer día de clases y ese día, a mi curso y a mí, un grupo de 45 muchachos que recién habíamos abandonado la adolescencia y unas pocas semanas habíamos vivido el momento feliz de nuestro grado como bachilleres, nos recibió Justo Pérez Van Leenden, como el primer docente con el que tuvimos contacto en la Universidad de La Guajira.
Nos dijo que su trabajo durante los próximos meses sería enseñarnos a hablar bien y a escribir mejor, que el idioma era una herramienta muy útil y era necesario saber utilizarla bien. Que tenía la esperanza de que nos convirtiéramos en buenos lectores y que fuésemos capaces de redactar lo que nuestras profesiones de administradores de empresas e ingenieros industriales requería. La asignatura era Castellano y la veíamos de manera conjunta los estudiantes de primer semestre de administración de empresas e ingeniería industrial.
En el transcurso de las siguientes clases nos sumergimos en el estudio de nuestro idioma desde su formación en castilla hasta su llegada a los puertos de América a bordo de los barcos en que los españoles atravesaban el océano. Después empezamos a recorrer los caminos de la gramática y la redacción y, para tal efecto, nos recomendó uno de los mejores libros, de los que más me han enseñado en mis labores como redactor: ‘Curso completo de redacción’, de Gonzalo Martín Vivaldi. Al terminar las clases nos apresurábamos para llegar a la Biblioteca y pelear con la buena Leonor o con Lenín González, (bibliotecarios de la época en la Universidad de La Guajira) para que nos prestaran alguno de los únicos tres ejemplares que existían.
No conforme con sus cuatro horas de clases a la semana, Justo Pérez organizó un taller de lectura y escritura con actividad los sábados a las 8 de la mañana. Unos pocos voluntarios nos inscribimos y empezamos esta nueva experiencia que resultó muy provechosa porque tuvimos un contacto más cercano con lo mejor de la literatura latinoamericana. Por nuestras manos y nuestros ojos pasaban los textos de Borges, Neruda, Asturias, García Márquez y Zalamea Borda. Llegó un momento en que leer a los grandes de la literatura que nos recomendaba Justo en el taller les robaban tiempo a las lecturas académicas obligatorias de Idalberto Chiavenato que nos recomendaba Henitzo Martínez en sus clases de Principios de Administración.
Más adelante pasamos a la producción textual: Justo nos pedía que contáramos historias de las que diariamente escuchábamos en el barrio, en la esquina, en la tertulia familiar. Nos pedía que a la historia la mezcláramos con algo de suspenso para que el interés de los oyentes se mantuviera hasta el final. Con el tiempo logramos convertirnos en buenos contadores de historias, pero las cosas no quedaron ahí, porque después nos pidió que lleváramos lo contado al papel, para que comenzáramos a incursionar en la tarea de la escritura creativa.
Terminó el semestre y lo volvimos a encontrar más adelante en la asignatura de Humanidades, en la que pudimos conocer su faceta como un ser humano integral y en la que él nos preparó para ser ciudadanos y profesionales de bien. No lo volví a encontrar en las aulas de clases, pero viví un momento de gran alegría cuando lo nombraron rector de la Universidad y pudimos vivir el comienzo de la gran transformación de nuestra alma máter. Cuando terminó la carrera, me llevé el orgullo de recibir de sus manos el diploma de administrador de empresas. Ese diploma certifica uno de mis más importantes logros académicos y lleva la firma de uno de los más grandes académicos de La Guajira.
Unos años después, cuando finalizaba su gestión como rector, se convirtió en uno de los gestores de la Universidad de La Guajira extensión Maicao. Justo Pérez se venía casi todos los días a trabajar como un maicaero más al lado de Maritza Choles, Abel Royo, Eudes de Armas, Mara Ortega y este servidor para construir los documentos necesarios para que se cumpliera el sueño de que en Maicao pudiéramos tener una sede de la Universidad de La Guajira.
La ley de la vida indica que algún día tomaremos el viaje con destino a la Universidad, pero me queda la sensación de que en La Guajira aún lo necesitábamos y hubiera sido maravilloso tener su compañía por muchos años más, pero los designios de Dios son perfectos y hay que aceptar su voluntad. Por eso hoy, pedimos consuelo para la familia y nos consolamos nosotros mismos, sus discípulos, con la idea de que nos queda el deber de actuar según el buen ejemplo que nos dejó para que podamos transformar a nuestra tierra con un estilo de trabajo apegado a los principios y valores.
A Justo Pérez Van Leenden podemos dedicar los bellos versos de la poetisa Ángela Botero López: “Era un incansable perseguidor de sueños. Elevaba su cometa y tras ella corría. Un día, mientras corría, le vimos elevar su vida”.