Tal vez, esta cualidad fue lo que sirvió de enlace en una amistad sincera y reciproca que mantuve con el profesional de la agronomía César Augusto Henríquez López (q.e.p.d). Nos hicimos amigos en el año de 1950 en nuestra condición de estudiante del Liceo Padilla de Riohacha. Nuestra amistad duró hasta la fecha de su inesperada muerte, la que ocurrió el 2 de enero del año 2002 en la ciudad de Barranquilla. 52 años de amistad fueron testigos de resolver un crucigrama, escuchar una poesía, comentar el editorial de un periódico, referir un chiste, añorar tiempos idos, recordar lecturas de otrora y agradables ocurrencias, adornando el diálogo con la prontitud para ser o decir algo, esa era una de las virtudes de ese pensador.
Nuestras relaciones se reafirmaron más desde que lo hice mi compadre, escogiéndole como padrino de mi tercer hijo, Ángel Benedicto Cuello Chirino, ostentando en vida las graciosas iniciales de A, B, C, CH.
Solía mi compadre César referirse a algunos vocablos que a su manera de pensar no se ajustaban a la realidad.
Con jocosa explicación decía, atendiendo a su significado, que algunas palabras deben escribirse en atención a su oficio e importancia.
En vez de: aguacero, debe decirse: agua mucha. En vez de: comida – por comer. Y en vez de: trofeo – trolindo.
Fueron varias las oportunidades y agradables ocasiones que entre los dos, evocamos personajes del ayer, recordando lecturas del pasado y logramos analizar máximas, adagios, proverbios, fábulas y leyendas que guardan en sus entrañas el Libro de Baquero, La Cartilla Charry, y los cuatro Libros de la serie ‘Alegría de Leer’ del doctor, Evangelista Quintana R. Siempre tuvo una sabia y oportuna respuesta a mi pregunta de ocasión. La memoria de mi compadre era una caja de sorpresa.
Repetíamos frases aprendidas en el ambiente estudiantil y evocando con agrado, las sabias verdades del recuerdo: “Paco le toca la cola a la vaca”, “La gula es el peor enemigo del estómago”, “Si la laguna tiene agua, verás como navega mi muñeca en la goletica”. En el libro tercero de la ‘Alegría de Leer’ encontramos una leyenda atribuida al padre Joaquín de Choquehuanca dirigiéndose a Simón Bolívar cuando le decía:
“Quiso Dios de salvajes formar un imperio y creo a Manco Capac, pecó su raza y lanzó a Pizarro y después de tres siglos de expiación ha tenido piedad de América y os ha creado a vos, eres pues un hombre de un designio providencial”.
Convincente, estudioso, responsable de lo que afirmaba, eso era mi compadre, dueño absoluto de un humor que inoculaba como inyección de perenne recuerdo.
Ese era el inconfundible, César Henríquez López, el amigo de Pedro Brito Herrera, de Víctor Pinedo Zúñiga, de Bernardo Legitime, Cristobal Vega Gutiérrez, de Leoncio Torres Peralta y Lacides Ovalle Pitre, entre otros.
En varias ocasiones le vimos alternando con su homólogo Fabio Emilio Fonseca (Saso), dejando escuchar su portento humorístico de expresión castiza.
La ingeniosa forma de evocar el recuerdo le hizo merecedor que sus amigos le atribuyeran una memoria prodigiosa.
En honor a ese inteligente hombre de Riohacha, los amigos de hoy deben venerar la amistad y conservar el respeto mutuo.
De mi obra ‘Narrativas Provincianas’ tomo algunos apartes relacionados con este insigne escritor, folclorista e historiador, quien dejó como paradigma un legado de virtudes, valores y gratos recuerdos. Más que mi amigo y compadre, era mi hermano.
Quisiera decir más sobre la personalidad del insigne y meritorio César, pero siempre sería poco lo que se diga de un hombre que valió tanto.
Podría resumir diciendo: “Yo tenía un buen amigo, se me murió, otro igual a él no encontraré.