La culpa es del coronavirus

En horas tempraneras de la mañana, antes de la aparición del hermano Sol, es costumbre de los hogares ir de compras a su sitio favorito, en mi caso al mercado público de Valledupar, labor que realizo cada mes, sitio donde suelo encontrarme con colegas, compañeros de trabajo, alumnos, pregoneros y con la filosofía del pueblo.

Como buen comprador, la primera tarea es el sondeo que realizo sobre los precios de los productos, algunos gozan de estabilidad, otros bajan cualquier cien pesos, otros suben doscientos; pero lo más asombroso es que otros no subieron, se dispararon y válgame Dios, están por las nubes y de allí nadie los vuelve a bajar, porque en Colombia,  producto que sube de precio no lo baja ni Mandrake.

Caso concreto el precio de la carne de res, pollo, pescado, queso, huevos, carne de cerdo, frijoles, entre otros, y menciono este grupo porque este es de las proteínas, las formadoras y restablecedoras de tejidos celulares, las que encabezan el crecimiento y desarrollo de los humanos y animales, sin desmeritar los demás grupos de alimentos: frutas, verduras, lípidos y carbohidratos.

Pero tanto en el país como en las regiones, los alimentos más costosos de la canasta familiar son las carnes y sus amigos.

Que usted hace un mes adquirió una libra de carne en $8.000 y treinta días después el mismo producto presente un valor de $13.000 es demasiado descaro y el expendedor me lanzó una respuesta macondiana: “compañero, la culpa es del c      Coronavirus”. Ni siquiera de Duque, ni de Carrasquilla o de su sucesor José Manuel Restrepo, ni de las disidencias de las Farc, ni del ‘Clan del Golfo’,  si no del bellaco  coronavirus.

En Colombia siempre buscamos culpables, herencia dejada por el Libertador Simón Bolívar, que siempre buscaba un culpable de sus desgracias o malos procederes y este gobierno los ubica con la lupa de Sherlock Holmes y la lista la encabeza el aguerrido Gustavo Petro, a veces el inocente Alvarito Uribe, los de extrema izquierda o los de extrema derecha, la minga indígena, los de primera línea.

Las debilidades del gobierno central, departamental o local siempre las termina pagando el pueblo de su escaldado bolsillo.

Está bien, y hasta se puede aceptar que durante el 2020 la pandemia del coronavirus afectó gravemente la economía, disminuyendo el PIB del país y haciendo necesaria la aplicación de reformas tributarias. Con estas medidas se buscaba recuperar un poco este déficit, y estas incluyen no solo cambios en las tarifas y porcentajes de recaudación del IVA y otros tributos, sino también en las medidas aplicadas por la Dian para ampliar la recaudación de los contribuyentes que evaden impuestos. Coloquialmente, el coronavirus nos ha imbuido en una catástrofe social y económica.

Miles de pequeños, medianos y grandes negocios están siendo afectados gravemente. Su efecto negativo se sigue agudizando aún más en todos los niveles de la economía, y el que lo siente con mayor fuerza es el bolsillo del ciudadano estratos 1, 2 , 3 y 4.

Es muy pronto para saber exactamente todo el impacto económico y social que ha acarreado la pandemia, sin duda ha sido fuerte, pero como vivimos en una sociedad capitalista fundada en el antagonismo social, los impactos y consecuencias de la pandemia no serán igual para todas las clases.

Como siempre, los pobres, marginados y precarios sufren más las consecuencias. Las fuertes medidas de cuarentena o contención social han afectado además a pequeños comercios, tiendas de barrio, comerciantes ambulantes o vendedores callejeros, y artistas independientes que viven prácticamente al día. Y sin embargo, los gastos seguirán corriendo, así como el pago de servicios, rentas, hipotecas, colegiaturas y por supuesto, alimentos y medicinas. Son como decía Diomedes Díaz de Colacho Mendoza: “No bajan una línea”.

A un cuarto pico de la pandemia las cosas se ven color de hormiga, y con el carnaval político que se avecina para el 2022, mama mía, el julepe va a ser de padre y señor mío, que los políticos preparen el bolsillo y saquen los ‘duquepesos’ entregados en la ‘mermelada’.

Ya imagino los discursos veintejulieros de los repitentes congresistas esgrimiendo  los principales desafíos para reactivar el empleo; mejorar la situación de los colectivos vulnerables no cubiertos (o insuficientemente cubiertos) por las medidas actuales; la gestión y coordinación de las políticas sociales; la sostenibilidad financiera de las medidas anticrisis en un entorno económico complicado con un elevado déficit público; y la búsqueda de consensos políticos y sociales para aprobar e implementar ágilmente políticas eficaces contra las repercusiones sociales más negativas de la pandemia, sin olvidar el tema de la paz y el de acabar con la bendita corrupción, los mismos discursos trillados de siempre.

Y pensar que el coronavirus no estudió economía.