Se habla de muchas cosas cuando se habla de cultura, sus definiciones son tan amplias como el universo mismo que estas tres sílabas abarcan. Este término hace alusión principalmente al conjunto de tradiciones, creencias, costumbres y patrones de conducta que representan a una época o grupo social, convirtiéndose en parte importante de la identidad de las sociedades y heredándose sistemáticamente de una generación a otra.
Sin embargo, no es sobre este concepto popular al que quiero referirme, sino sobre aquel que convierte a la cultura en un elemento importante para el desarrollo del juicio crítico de las personas. En este sentido, la cultura se asocia metafóricamente a la cultivación del alma y la mente a través del conocimiento y la educación. Aquí, la cultura se liga fuertemente al cuestionamiento, la curiosidad y a la libertad de crear y construir perspectivas propias en todos los ámbitos de competencia humana.
Se supone que un individuo “cultivado” es aquel dispuesto a abatir la ignorancia por medio del enriquecimiento progresivo y constante de sus conocimientos, preceptos y percepciones; es aquel capaz de reflexionar, de absorber, de contrastar, decidir y actuar de la mejor manera posible, no solo en favor de sí mismo, sino de la sociedad en la que habita.
Las manifestaciones culturales representadas a través del arte, la literatura, las ciencias, la historia, las danzas etc, nos aproximan a fuentes de conocimiento que pulen objetivamente nuestra forma de pensar. Sin embargo, saber culturalmente lo propio y tener sentido de pertenencia por ello no es suficiente, es preciso reconocer y aceptar lo ajeno, lo desconocido y diferente. La cultura vivida y celebrada desde la diversidad representa un proceso de evolución social que inevitablemente nos lleva a una visión amplia del mundo, nos lleva a posturas más objetivas en nuestro quehacer social y personal.
En este sentido, motivados por la curiosidad y la necesidad de mejorar, cultivarnos es prioritario. Indagar sobre el por qué de las cosas, fundamentar en el conocimiento nuestras posturas políticas y sociales, ser capaces de ver con otros ojos la evolución del mundo, sensibilizarnos ante lo diferente, viajar a lugares desconocidos a través de la lectura, implicarse de manera activa política y socialmente, trascender lo conocido por medio de la apertura mental, romper paradigmas y dogmatismos cuestionando lo naturalmente aceptado, nos permite inevitablemente aprovechar la cultura y nuestro propio ser.
La tarea no es fácil, como nosotros, la información es basta y evolutiva. Pensar diferente cuesta. Las ideas estructurales e naturalmente concebidas son las más difíciles de controvertir. Pero si la tarea se hiciera, si la curiosidad nos abrazara y profundizáramos más, conviviríamos en sociedades más armónicas y con mayores niveles de bienestar, nos libraríamos de males como la desinformación, los enfrentamientos, el irrespeto, la violencia y hasta de la corrupción.
Popularmente se dice que la información es poder e indudablemente lo es; una sociedad educada, que admite en los individuos posturas críticas, sustanciosas y diversas, es una sociedad despierta, fuerte, pacífica y eficiente. Culturizarse es un deber, una responsabilidad, no solo de los individuos, sino también del Estado y sus instituciones.
Promover la cultura a través de la educación es fundamental para lograr estructuras sociales no simplistas coherentes con la evolución del mundo, su diversidad y complejidad.